Navidad

Navidad, Navidad, dulce Navidad… Qué día tan extraño este en que se come, se bebe, se reúne uno (una) con la familia más por obligación que por devoción, aunque estoy segura de que, se admita o no, les resulta mucho más duro pasar la jornada a aquellos que no tienen ni una familia, ni obligaciones, a aquellos a quienes nadie apremia para que coman un canelón más, una gambita más, un trozo más de turrón, un roscón de vino…

Sí, es cierto, allí están aquel tío tan pesado que cada año nos cuenta los mismos chistes y aquella prima engreída que sólo abre la boca para pasarnos por las narices su cocina nueva, su coche nuevo, el abrigo que le ha regalado ese marido al que acaban de ascender (de seguir así, pronto va a salirse por la azotea del despacho, piensas). Pero también están tus hijos y tus sobrinos, que se retan a ver a quien le caben más patatas fritas en la boca, y más que comer juegan con el entremés, mientras sus hermanas se enseñan la colección de pinzas para el pelo, o el top que les ha echado Papa Noel.

Los niños se ríen mucho en estas fiestas. Porque nos toman el pelo y nos imponen la dictadura de sus deseos incluso cuando las notas han sido mediocres o su comportamiento discutible. Uno puede quedarse sin recompensa de fin de curso, pero cómo podríamos dejarles sin sus regalos de Santa o de los Reyes Magos. Ellos aprenden rápido que no deben sentirse amedrentados por alguien que les amenaza con mandarles a la cama sin cenar, si se portan mal, cuando el día antes les hemos amenazado con dejarles sin TV si no se terminan la cena. Además, nuestro hijos están sobrealimentados y sobrerregalados, o dicho de otro modo ni temen al hambre de la cena perdida, ni les inquieta un juguete menos (a estas alturas, lo difícil es que algún abuelo o tío no repita juguete y que los coches, motos, muñecas, juegos didácticos varios, etc. lleguen a abandonarse por exceso de uso más que por mero aburrimiento). Pero aun así, a los pequeñajos les encanta romper papeles de colores, e incluso más ver su nombre escrito sobre un montón de cajas, aunque luego su contenido sea trivial, convencional o baladí.

Yo soy como esos niños. Por eso estoy tan contenta con la tortuga de bisutería y el paté de setas que me han tocado hoy en suerte. Me han sabido a gloria el cava y las neules (barquillos), y aún más la cara de felicidad de mi sobrina de tres años con su bolsita de estrellas y peces que brillan cuando los agitas. Me ha costado mi tiempo aprender a ser feliz con esas cosas tan simples, y por eso quiero compartirlo con todos vosotros. ¡Feliz Navidad!