Pa negre

Per fi he anat, aquesta nit, a veure la pel·líula de Villaronga de la qual tothom parlava i, realment, frapa. Una història dura, extraordinàriament ben explicada, extraordinàriament ben interpretada. M’ha impressionat el treball del joveníssim Francesc Colomer (Andreu), els matisos que és capaç de donar a la seva mirada, que la càmera persegueix a llarg de tota la pel·lícula en primers plans que ens van ensenyant com el cor se li torna de pedra a mesura que descobreix les “veritats” dels adults que l’envolten.

Impressiona, com no, la misèria moral que la història retrata, la misèria moral en què la guerra va ensorrar aquest país, més profunda, més dura, més salvatge encara que la misèria física. Et quedes exhaust quan la Florència (Nora Navas) no pot ni escopir a la cara de l’alcalde (Sergi López) perquè senzillament té la gola tan seca com l’ànima. Una misèria moral on tots els personatge s’empudeguen, fins i tot els que declaren fervorosament lluitar pels seus ideals. Quins ideals, es pregunta l’Andreu, justifiquen matar un nen? Pa negre ens diu una cosa que ja sabíem: posats contra les cordes i envoltats de llops, tots esdevenim llops, i els qui tenen el poder ens poden utilitzar i llençar-nos després a les escombreries. La revenja dels vencedors és insaciable i els pobres només es tenen a ells mateixos per vendre’s: el pare es ven les mans i els principis, el fill es ven l’ànima, i la mare, impotent, els veu marxar tots dos empresonada en un dol etern.

No hi ha ni una engruna d’heroïcitat a Pa negre, ni un borrall d’èpica, només homes i dones trencats, fets miques, com si en aquell carro que s’estimba penyasegat avall al principi de la història hi anés la humanitat secera.

Parábolas

He vuelto a ver la película El perfume y me he preguntado de nuevo cuál es la parábola que se esconde detrás de una obra que me inquieta. ¿Qué nos cuenta esa historia del hombre que destila perfumes de los cuerpos inertes de bellas muchachas a las que mata pero no intenta poseer, como si atrapando su olor pudiera tener algo del amor que la vida le niega?

Nunca leí la novela de Peter Süskind, pero me impresionan esas manos sucias que esparcen morosamente la grasa sobre el lienzo blanco preparado para recibir el cuerpo ligero de la próxima virgen; me admira la agilidad felina del protagonista, deslizándose en la oscuridad en busca de sus presas, y esa pasión obsesiva que transmite casi sin gestos, sólo con la fuerza de la mirada. Pero, sobre todo, me pregunto por el sentido profundo de este cuento, que siento que se me escapa. ¿Se burla el autor del amor?

Grenouille, el asesino, obtiene cruelmente, causándoles la muerte, algo único de sus víctimas: su olor esencial. Y hay momentos en que esa obsesión homicida se nos antoja admirable, porque parece saber apreciar y valorar más que nadie algo que todos tienen delante de sus narices (ninguna expresión común sería aquí más precisa) y no saben ni siquiera distinguir. En la película, esa mirada fija y sin miedo de Laura a su asesino justo antes del último aliento parece surgir de cierta complicidad: ¿cómo no preferir ser la nota final de ese perfume magnífico antes de verse forzada a contraer matrimonio con el aristócrata petrimetre a quien su padre quiere entregarla?

Pero hasta la muerte de esa última virgen, pelirroja como la dama de las ciruelas con la que Grenouille descubrió su deseo por el olor femenino, la historia no es más que la narración de la obsesión asesina de un hombre privado de amor desde la cuna. Sin embargo, la historia gira al pie del patíbulo, cuando cientos de personas caen rendidas ante Grenouille a quien apenas unas gotas de ese perfume destilado de trece cadáveres de doncella transforman en ángel a los ojos de la gente. Y la pasión del perdón se resuelve en orgía desenfrenada. ¿Surge el desenfreno del olor destilado por la muerte? ¿De qué se rie Süskind, de nuestra incapacidad de amar, de nuestras represiones, o de nuestro grotesco sentido de la justicia? Su asesino transgresor lleva a la plaza pública lo que normalmente se mantiene oculto, el sexo, y se salva así de lo que es impúdicamente público, la ejecución de su sentencia de muerte.

La metáfora final es aún más salvaje. Grenouille vuelve al pobre barrio de París donde nació y, derramando todo el perfume sobre su cuerpo, provoca que los andrajosos desposeídos que lo pueblan lo devoren en su afán por conseguir un pedazo de ese ángel maravilloso en que lo ven convertido. ¿Nos devora el amor cuando no somos capaces de amar? ¿No es la colección de olores esenciales de Grenouille como esos viejos recuerdos que llevamos pegados a la piel de personas a las que conocimos y creímos amar, aunque quizás en realidad nunca fuimos capaces de hacerlo?

Resulta difícil sustraerse a la magia perversa de una obra donde el psicópata es casi un héroe equívoco, arrojado a los desperdicios por una madre miserable, marginado y explotado desde niño, brillante hasta la manía en sus capacidades y dones (su genial sentido del olfato), despiadado com sólo pueden serlo quienes jamás han recibido piedad alguna. Un demonio que se da muerte a sí mismo con aquello que le hubiera permitido precisamente sobrevivir, su perfume perfecto, porque ¿qué nos queda cuando ya hemos alcanzado todos nuestros sueños?

Entre "kitsch" y "cursi"

Me prometí a mí misma que reflexionaría sobre lo kitsch y lo cursi, y el día que iba a hacerlo me destituyeron a la ministra de Cultura de los modelitos agataruizdelaprada y la polémica ley del cine, esa que unos no querían porque decían que apoyaba poco a la industria nacional y otros rechazaban porque encontraban abusivas sus medidas de excepción cultural (esto es, en ese caso, la dichosa cuota de pantalla).

Mentiría si dijera que he seguido con detalle la trayectoria de Carmen Calvo y, aunque me han llegado ecos de algunas polémicas que ha generado su gestión, mi propia experiencia en el mundillo de la cultura me hace desconfiar de las críticas sectoriales tanto como de los grandilocuentes proyectos políticos.

Sí es cierto, con todo, que el estilo personal de Calvo, por lo que se deduce de sus declaraciones a los medios, no es precisamente confraternizador, algo importante cuando tu principal objetivo es aprobar leyes que necesariamente tienen que sostenerse a partir del consenso de agentes con intereses contrapuestos, en temas donde, además, se mueve mucho dinero. Porque, es cierto que en nuestro cine no se maneja el volumen económico de otros países, pero aún así hablamos de cientos de millones de euros que algunas empresas / personas pueden ganar de más o ingresar de menos según se adopten unas u otras decisiones. Y esos intereses mueven montañas. Los productores quieren más ayudas y menos impuestos; los exhibidores, más rentabilidad sin imposiciones de ningún tipo; los actores pidieron ser reconocidos como “creadores” por esa nueva ley, lo que, en la práctica ignoro qué significa.

La ministra, en la prensa, tachaba a unos y otros de “desleales”, porque denunciaban lo que no les convenía y callaban lo que les beneficiaba, protesta que resulta cuando menos pueril, porque eso es lo que hace todo el mundo cuando se queja de una nueva ley. Calvo aseguraba, por ejemplo, que los actores pedían que la Ley corrigiera aspectos del Estatuto de los Trabajadores (?), mientras, en el otro extremo, este colectivo denunciaba que la norma simplemente les ignoraba. Puede que yo sea una ignorante, pero reconocer al colectivo de actores como parte del fenómeno cultural del cine no me parece que contradiga ninguna ley laboral. Tengo ya más dudas de que una película sea más o menos “española” según el porcentaje de actores de esta nacionalidad que participen en la misma, pero sí parece lógico que la ayudas del Gobierno al sector, que se pagan con impuestos de los ciudadanos, se destinen no sólo a potenciar a las empresas productoras (parte clave de la industria, quién lo duda), sino que primen a aquellas empresas que hacen más por el conjunto del sector y ahí sí me parece que el grado de implicación de los actores del país es un factor a considerar.

Porque, en definitiva, lo que una ley puede regular no es ni la nacionalidad de una industria transnacional por definición, ni la calidad del cine que haremos, sino los instrumentos de que se dota el Gobierno para impulsar la creación cinematográfica en España (y no sólo la industria del cine).

Ahora que ha caído Calvo, tras la aprobación de tan polémica ley (mientras Richard Serra termina de componer la copia de la escultura que un día hizo para el Reina Sofía y que se encuentra “desaparecida”, según denunció en su día la propia ex ministra), cabe preguntarse hacia dónde avanzará su sucesor Antonio César Molina, que llega al ministerio después de tres años como director del Instituto Cervantes marcados por la expansión, geográfica y de prestigio, del centro.

¿Y que tiene esto que ver con el kitsch y lo cursi? Seguramente nada, a no ser que uno considere kitsch esa pretensión que por momentos lució Calvo de subrayar el carácter cultural de la moda española luciendo en actos y eventos de guardar modelos de modistas y modistos prestigiosos. El concepto de lo kitsch como copia trivializada de un estilo artístico superior parece superado en una época donde los creadores adoran jugar con la semántica ambigua del lenguaje mediático y digital, donde el concepto original versus copia carece por completo de sentido. Como tampoco tiene sentido la distinción de Adorno entre la alta cultura y lo kitsch (identificado de forma genérica con lo popular) cuando popularizar la cultura se ha convertido en el mantra de todas las políticas locales, estatales y globales.

Hoy el valor de una exposición raramente se mide por los nuevos argumentos racionales y estéticos que nos aporta la confrontación de determindas obras, la exhibición de aspectos ocultos que así se desvelan (o eso interesa sólo a una minoría); lo que se valora es el número de personas que pasaron por allí, sea cual sea el grado de comprensión de la tesis expositiva, si la hubo (algo, por otra parte, muy difícil de medir).

Ver una obra de arte que admiras es una experiencia extraordinaria, porque por buena que fuera su reproducción, por interesantes que fueran los ensayos que sobre ella leíste, su presencia te descubre aspectos nuevos e ignorados (tanto más si se trata de una escultura o de una instalación). Pero ese contacto, impagable si se lleva a cabo sumido en el maravilloso silencio de un museo cerrado, por ejemplo, resulta casi imposible y, desde luego, de lo más prosaico e incluso desagradable, cuando se mantiene rodeado de cientos de personas que te presionan por todas partes.

Del mismo modo que lo hace el público en una sala de exposiciones, la información cultural también te empuja por todos lados, pero si bien han mejorado los mecanismos que aportan cantidad (especialmente Internet y las tecnologías móviles), flaquean los que te orientan sobre la relevancia. Por decirlo de otro modo: acarreamos ingentes cantidades de información cultural sin hacer mucho con ella. Bueno, quizás este sólo sea un problema personal (me falta tiempo y presupuesto para hacer y ver todo lo que me interesa).

Seguiré pensando en lo cursi, a ver si aprendo algo.