Lo nuevo y lo que permanece

Estoy sentada en mi cama, escribiendo esta entrada en un portátil conectado a Internet mediante wi-fi, y a poco que lo piense me daré cuenta de lo insólito que a todos nos hubiera parecido este mismo acto hace apenas diez años. Sin embargo, también a través de Internet, leía hace un par de días unos textos sobre equitación del siglo XVII y, salvando la distancia del lenguaje, me daba cuenta de que la relación que se establece entre un jinete y su caballo es ahora la misma que hace 400 años. Y es algo que se produce despacio, que exige su tiempo, que tiene su base en el mutuo conocimiento, en la psicología del animal y del ser humano; es algo que aprende el cuerpo casi sin que se dé cuenta el cerebro, que no tiene tanto que ver con pensar como con sentir y comprender a través de la piel, de la tuya y de la de la bestia. Ninguna tecnología suple esto (aunque la tecnología me ayude a compartirlo con vosotros) y quizás por esto me gusta tanto este deporte, porque pertenece a un tiempo en que el tiempo no tenía importancia y en el que lo más importante no es lo que tú puedes hacer contra otro (un contrincante, el tiempo que te persigue…), sino lo que puedes hacer con otro: tu compañero, el caballo.

En la doma, como en el salto, tus competidores no son en realidad los otros binomios que participan en la prueba; en realidad, todos luchan para acercarse lo más posible a la perfección, cada binomio se enfrenta a sí mismo, a sus propios límites, y trabaja para superarlos. Eso es algo que entiendes enseguida cuando montas, y que yo sentía vivamente esta tarde. No importa cuán bien o cuán mal otro caballo y su jinete hayan saltado ese obstáculo que tienes delante; a ti en ese momento lo único que te importa, lo único que te puede importar, es que tu caballo salte bien y que tú estés a su altura. Y cuando consigues vencer tus propios límites, estás satisfecho incluso aunque otro competidor te supere.

Se puede argüir que eso sucede en otros muchos deportes, pero en realidad sólo sucede en un puñado de disciplinas, casi todas individuales: gimnasia, atletismo, montañismo… Todos deportes antiguos, primitivos casi, heredados de épocas en las que la superación personal era más importante que el triunfo, donde lo preciso se valoraba tanto o más que lo eficaz, épocas en las que llegar no era tan importante como el viaje.

Hoy siempre tenemos prisa, pero encima de un caballo para mí el tiempo se detiene.