Maravillada

¿Por qué será que al masoquismo con cuero lo llaman “vicio” y al masoquismo con hábito lo llaman “santidad”?

Humíllate, sométete y estarás más cerca de Dios, pregonaba sor Maravillas, y Bono hoy debe sentirse mucho más cerca del Altísimo, porque le han humillado los medios, que han difundido sin pudor su irritación verbal (la de Bono) hacia los compañeros del PSOE que se oponían a que una cámara que aún no ha resarcido su deuda moral y legal con las víctimas de la represión franquista homenajeara con una placa honorífica a una beata canonizada por oler a nardos y haber sido “perseguida por los rojos” durante la Guerra Civil.

Posiblemente mi cinismo sea injusto, pero esa supuesta “persecución” fue, cuando menos, poco eficaz y no parece que hubiera dejado más secuelas que los cilicios, porque la monja murió en 1971, en su cama, tras más de 30 años predicando su fe, una parte de los cuales oponiéndose con fervor a la apertura propiciada por el Concilio Vaticano II. No puedo ni imaginarme que tipo de torutras se hubiera podido autoinfligir sor Maravillas por mor de expiar el pecado de la Teología de la Liberación. Si es lo que dice Bono: “una santa, hijos de p…, que no os enteráis”. Claro, estamos todos obcecados por esas más de 100.000 víctimas de la represión franquista (o sea, muertos, porque las víctimas de la falta de libertades, de la represión cultural y política, del abuso de poder fueron muchos millones de personas) y por eso no somos capaces de reconocer e inclinarnos ante la santidad cuando la tenemos delante de las narices.

Y es que somos imposibles. Le pedimos a la Reina que se calle, como si sólo fuera un símbolo anacrónico, cuya opinión no nos interesa, dado que la nuestra tampoco es tenida en cuenta para decidir quién puede ser el mejor Jefe del Estado; no nos impresionan los milagros y nos creemos que las enfermedades las curan hombres y mujeres tan cínicos pero menos ocurrentes que House llamados médicos y que trabajan en hospitales bastante más cutres que los de las series norteamericanas; abrimos los micrófonos y escudriñamos que dicen los políticos cuyo sueldo pagamos y a los que, encima, les pedimos que sean referentes sociales, como si dedicarse a la política con un sueldo público acarreara responsabilidades éticas (Gil tiembla en su tumba sólo con el murmullo de esta palabra). Vamos, que somos incorregibles.

Suerte que sor Maravillas rezará por nosotros ahí en el paraíso de los buenos, pues ¿qué mayor humillación y sometimiento que intentar salvar para la vida eterna a su lado a unos descreídos de nuestro calibre?