Una tarde extraña

¡¡Cuánto tiempo!! Y no es que me hubiera olvidado de que tengo un blog, ni tampoco que falten temas para comentar. Yemen, Frankfurt, Rato, el verano que se acerca (porque llegar, aún no ha llegado, realmente)… pero es que cuando te metes muy a fondo en una tarea, a veces tu agenda te “tapa” el mundo. Por otra parte, los medios tienden a imponer una agenda que, con frecuencia, tiene poco que ver con nuestra realidad cotidiana: como ese debate sobre el estado de la nación en el que el PP sigue usando las supuestas “negociaciones” con ETA como un proyectil contra la línea de flotación electoral del PSOE, mientras en Madrid se cierra el juicio contra los atentados del 11-M con la derecha política y mediática cuestionando la autoría islamista e insinuando conspiraciones y maniobras para la manipulación electoral, y en Yemen mueren catalanes y vascos ¿porque un señor bajito y con bigote nos llevó a Iraq, o porque un señor alto de ojos azules nos mantiene en Afganistán y lo soldados colombianos, madrileños y andaluces le parecen ‘poca cosa’ al Al Qaeda, o porque sí, porque el absurdo no tiene límites y la desesperación genera monstruos que nos deboran por dentro?

¿Cómo racionalizar todo esto? ¿Cómo hacerlo convivir con las actividades veraniegas de tus hijos, los cambios de horario, las verbenas, el grifo que gotea, la lavadora que no centrifuga?

¿Para qué sirve escribir si no es para entender qué nos pasa? ¿Y si no somos capaces de entenderlo? ¿Y si no somos esos individuos de identidad híbrida de los que habla Zygmunt Bauman (triunfadores del mundo globalizado), sino individuos de identidades escindidas incapaces de juntar los trozos para entenderse a sí mismos y, a través de esa comprensión, leer el mundo?

Para ser honesta, me gustaría ser un blogger de estos que nos cuentan desde algún rincón extraño del mundo cómo es la vida real de los olvidados, pero mis rutas de hoy sólo me llevan a desesperarme por tener que utilizar el coche en hora punta para entrar en Barcelona. Me encantaría poder describir el exotismo de una araucaria, o poner voz a la desesperación de un campesino que mira al cielo esperando sentir caer unas gotas de agua que necesita y que es consciente que alguien le está robando, aunque no haya oído nunca hablar de cambio climático. Pero, en realidad, mis crónicas (si las hubiere) hablarían más probablemente del desperdicio de energía que supone ese aire acondicionado en el tren que me provoca anginas al menos un par de veces entre junio y agosto, y un gripazo otoñal mediado septiembre. ¿Son dos caras de la misma moneda? Probablemente, pero mi prosa (tan escindida como mi identidad y no sólo por mi bilingüismo idiomático) no sabe juntar esas dos caras en una sola imagen para compartirla con un lector desconocido.

Me gustaría tener la disciplina de anotar aquí un pensamiento, una idea cada día, y hacerlo con palabras hermosas… Bien, no sé si “hermosas” es el término. Alguien me acusó no hace mucho de haber escrito una cursilería, algo de lo que hasta ahora creía haberme liberado, pero quizás la edad me ha reblandecido (y no sólo la tripa y los muslos como a Bridget Jones).

Voy a reflexionar sobre los términos cursi y kitsch y mañana escribiré algo al respecto.