Se mire como se mire, los humanos somos gente rara. La idea me ha venido a la cabeza ojeando el periódico, cuando he ‘sobrevolado’ una crónica taurina (nunca las leo; igual que sucede con la crónicas musicales, la narración de lo que pasó en un ruedo o sobre un escenario por lo general me aburre). A la vista del titular, he recordado el ‘desgarro’ de algunos columnistas de ese mismo medio ante la lidia y, a la vez, el sorprendente descubrimiento que hice recientemente de que el libro de estilo de ese diario rechaza explícitamente la inclusión de crónicas pugilísticas, pues sus directivos abominan del boxeo.
¿Qué queréis que os diga? No creo que me gustara demasiado sentarme en primera fila, con un vestido de noche rojo y un visón —como en las películas de gángsters de los años cincuenta—, a esperar que me salpicara la sangre, pero confieso que uno de los libros que me ha fascinado a lo largo de mi vida es Del boxeo, de Joyce Carol Oates, sobre el que escribí un largo artículo que, al parecer, no habría podido publicar en El País.
Me gusta ese libro —que editó Tusquets en 1990— porque rompe con la imagen de una ceremonia cruel donde unos estúpidos son torturados —o torturan— a golpes hasta la muerte y revela su carácter de lucha “voluntaria” contra la limitaciones físicas del cuerpo. Me gusta porque camina sobre el filo cortante de una ceremonia que puede producir al mismo tiempo atracción y repugnancia, sin justificar nada, sin exorcizar nada, sin embriagarse con el olor de sudor, sin emborracharse de malsano puritanismo. Ella no niega que puede haber habido bobos arrastrados al cuadrilátero por un negocio insano; ni siquiera niega el horror mismo del espectáculo que supone ver a dos hombres pegándose hasta sangrar y herirse, a veces pegándose hasta la muerte.
La escritora simplemente explora por qué miles de personas se sienten atraídas por esa “violación del tabú” que es el boxeo, la violación del tabú de la violencia, del “no matarás”. Para Oates el boxeo se asemeja a la pornografía, convierte a sus espectadores en voyeurs, en mirones de un acto íntimo, que no debería estar sucediendo allí, ante sus ojos. Pero también explora las razones que llevan a un hombre hasta esa ceremonia de exaltacion del cuerpo, de exploración definitiva y absoluta de sus límites.
Los humanos somos gente rara. Nos pegamos hasta la extenuación, nos torturamos a nosotros mismos hasta la extenuación, a veces incluso amamos hasta la extenuación.