Como este es un blog bilingüe, me planteaba escribir esta entrada en catalán. Esa es la lengua en la que me cabreo de forma natural, y este texto es fruto de un cabreo. Ayer intenté hacer su primer DNI a mis hijos y mi pasaporte, pues el viejo lleva caducado casi un par de años y mi trabajo me exige tenerlo en regla. A mis hijos aún les falta un poco para la alcanzar la edad en que el carnet de identidad es obligatorio, pero se trata de un documento imprescindible si quieres viajar con ellos fuera de España, como lo es mi pasaporte para ir más allá de Europa. Esa norma no la hemos puesto los ciudadanos, la han establecido los Estados, y por eso me resulta tan difícil comprender por qué nos ponen tantas dificultades para cumplir con aquello que no es más que nuestra obligación; trabas surgidas de una función pública que, con frecuencia, olvida que antes que otra cosa es un servicio, es decir, que el trámite que gestiona no es un servicio de los ciudadanos al Estado, sino del Estado a los ciudadanos.
¿Que por qué estoy tan enfadada? Porque, en mi ciudad, la única comisaría de la Policía Nacional que ofrece ese servicio tiene estos días de vacaciones a dos tercios de sus funcionarios (public servants les llaman los ingleses: me gusta esa nomenclatura, porque las palabras prefiguran siempre la realidad). En consecuencia, los 200 números que se suelen repartir cada mañana para que otras tantas personas sean atendidas en ocho mostradores han quedado reducidos a 60 números y el personal, a dos funcionarios. Como, además, a la desidia organizativa se le une siempre el absurdo del comportamiento humano colectivo, aunque el servicio no abre hasta la 8:30h, hay ciudadanos y ciudadanas haciendo cola en la calle, a una temperatura de cinco o seis grados, desde la siete de la mañana, con lo que en cosa de 15 minutos se extingue cualquier posibilidad de ser atendido ese día (y,naturalmente, a nadie se le ocurre repartir números para los días siguientes, porque en este país hacer cola es un suplicio colectivo que nadie puede soportar que su vecino se ahorre).
Todos los trabajadores tienen derecho a sus vacaciones, y no voy a ser yo quien diga que no es también así para los funcionarios del Ministerio del Interior, pero los responsables de un servicio público tienen la obligación de poner más medios (y no menos) cuando hay más demanda, y resulta evidente que, para muchas personas, tiene más sentido cumplir con su obligación aprovechando los días de vacaciones navideñas que tener que perder un día de trabajo o, como en mi caso, hacerles perder a sus hijos un día de colegio. Porque, no lo duden, será un día entero: desde que a las siete empiece a hacer cola hasta que, con suerte, sobre la una de la tarde, si no más tarde, termine la gestión.
Me imagino que al comisario y al director general de turno eso se la trae al pairo, pero a mí no me cabe en la cabeza que en pleno siglo XXI haya que helarse en la calle en pleno invierno, bajar la productividad o perderse contenidos académicos para cumplir con una obligación cívica. Y eso, en la séptima u octava potencia económica del mundo. Puede que al comisario y al director general ni les haga cosquillas, pero, si yo fuera el ministro Rubalcaba, se me caería la cara de vergüenza.
¿Y qué haría yo? Pues lo mismo que han hecho en muchos sitios, que no en todos, la Seguridad Social y la Administración Tributaria: usar la informática con raciocinio e introducir el sistema de citas concertadas. Yo quiero hacerme el pasaporte y tramitar el DNI de mis hijos, pues presento una solicitud vía Internet o por teléfono, una vez tengo todos los papeles necesarios para ello, y se me da día y hora para atenderme. Llego puntual, tramito mi documentación en unos minutos, pago mis tasas y a otra cosa mariposa. Sin largas colas de personas nerviosas en las puertas de las comisarías, sin salas de espera atestadas, sin pérdidas de productividad y de escuela. Es una idea, y la vendo gratis (ni se imaginan lo que cobrará el asesor que les explique a los de Interior cómo hacerlo).
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