¡Cambia el cuento!

Hace un montón de días que quiero hablaros de este vídeo, que me parece de las cosas más divertidas que hemos hecho en Intermón Oxfam en mucho tiempo. La propuesta es sencilla, se trata de hacer Algo más que un regalo, es decir, invertir en forma de colaboración para una buena causa lo que te gastarías en algo mucho más superfluo haciendo cómplice de tu donativo al receptor del regalo. Para mí es una muy bunea opción en estas épocas de consumismo delirante, porque demostrarle a la gente que la queremos no tiene por que ser una excusa para comprar objetos inútiles, a mayor gloria de la sociedad de lo banal.

Desde luego, si tu pareja está en crisis, ni se te ocurra sustituir el colgante de planta o ese reloj que tanto le gusta por una vaca (a no ser que además de hacer un donativo útil quieras provocar la ruptura definitiva), pero un par de gallinas, o una cabra, o tres cerditos, siempre serán mejores que la botella de vino para esa tía que no bebe, la quincuagésima bufanda para el abuelo y una forma de hacer, por fin, un regalo de empresa original y divertido.

Tarde de domingo

Cuando lees entras en el mundo, en los mundos que otros han creado, y esas vidas, reales o ficticias, caminan a tu lado. Cuando escribes estás completamente solo, a lo sumo arropado por tus fantasmas. Si tienes el oficio y el talento suficiente, puedes hacer que esas sombras se tornen corpóreas, para poder compartirlas con otros, que se sentirán un poco menos solos caminando por el mundo que tú has creado. Pero cuando careces de talento creativo, andas completamente solo por la hoja de papel o la página del editor de textos, intentando a lo sumo ordenar tus pensamientos, como yo ahora.

Con frecuencia me asaltan este tipo de pensamientos aforísticos. Siempre mientras mantengo mis manos ocupadas en tareas domésticas, banales para el devenir del mundo, imprescindibles para el bienestar de mis hijos. Quizás porque en ningún otro momento de mi vida me siento más sola y más irrelevante. Ni siquiera cuando escribo. Me pongo a imaginar palabras, escribo con la cabeza, pero cuando llego al papel o a la pantalla con frecuecia lo he olvidado todo. Como si la inanidad fuera un gran agujero negro que absorviera nuestros pensamientos, buenos o malos, trascendentales o irrelevantes.

A veces incluso pienso personajes. Seres que son yo misma, retazos de mí en un pasado olvidado o en un futuro incierto, seres que caminaron sendas que yo dejé de lado, pero a las que sólo soy capaz de entrever fugazmente. No son siquiera personajes, a penas imágenes borrosas.

Una tarde de esas imaginé a la mujer madura que amaba a un joven soldado. Un amigo, mucho más joven que yo, con su barba de tres días y su capacidad para hacerme reir, me inspiró al amante. A ella la veía algo abatida, como yo me siento algunas noches, preocupada por el futuro de sus hijos, aferrada a su apartamento humilde como a una fortaleza, mirando los uniformes de soslayo, esperando verlos alejarse de su mundo. Podía ser cualquier lugar de Europa: la España del 38, la Italia del 45, los Balcanes de los 90… porque lo importante no era el quién o el dónde, sino la magia de esos pequeños gestos que iluminan de pronto el mundo. Esa sonrisa arrancada con una broma inocente, el roce casual de las pieles, la mano que se tiende inopinadamente para poner en su sitio un mechón de pelo…

Había olvidado esa idea y esas imágenes que no llegaron a ser un cuento. No supe tejer la historia, un antes que me condujera hasta el primer beso robado, un después que deshiciera el nudo de los cuerpos enredados dando sentido a la pérdida. Una historia, para ser una buena historia tiene que enseñarnos algo, y yo no tenía nada que aprender y nada que enseñar, sólo la fascinación por el vértigo momentáneo de un hombre y una mujer (y una notoria falta de talento para compartirlo), así que lo olvidé.

En esta primera tarde de frío de este otoño tardío les he recordado, mientras zurcía un calcetín. Como mi tarea, mi recuerdo imaginado tenía el sabor de otras épocas: una cama de barrotes, una combinación de nylon, un papel floreado y raído en las paredes… Un paisaje de mi niñez cutre.

El joven zapador duerme en la cama. La mujer se levanta y camina hasta la cocina. Coge un cuchillo y empieza a pelar patatas. Ya es casi la hora de la cena.

¿Comicidad hiriente?

A pesar de mis promesas de disciplina, sigo llegando tarde a los comentarios de la actualidad, aunque eso no hace que olvide los hechos que me impactan. Como periodista, no me podía sustraer, claro, a la tragicómica noticia del secuestro de El Jueves ordenado el 19 de julio por el juez Del Olmo. Puede que la portada —burda y soez, como muchos de los chistes que se publican en el semanario— no sea el colmo del buen gusto, pero si alguien quería evitar que el común de los mortales viera caricaturizados a Felipe y Letizia en plena jodienda, logró justo lo contrario con el secuestro de marras. Yo, por ejemplo, que jamás veo ni la portada ni el interior de esa revista, porque nunca me ha gustado el humor de sal gorda que triunfa en este país, he visto en Internet cientos de reproducciones de la portada.

Eso sí, la pretendida crítica a la medida electoralista de entregar 2.500 euros por hijo a todas las parejas que los tengan, los necesiten o no, ha pasado prácticamente desapercibida en medio del estruendo de vestiduras rasgadas (unas por los ataques a la libertad de expresión; otras por la falta de respeto a las dignidades públicas de los miembros de la Monarquía; unos cuantos, pasmados con la reacción de Anasagasti, que se quedó a gusto llamando inútiles y vividores a los inquilinos de Marivent, en un ataque de insólito republicanismo).

Por otro lado, la crítica es tan fútil como la medida misma. Naturalmente, “menos da una piedra”, que reza el dicho, pero con ese dinero poco alcanza, si de lo que se trata es de hacer que se decidan por la paternidad quienes son reticentes a ella porque temen someterse a ese cambio de vida que empieza con los botes de leche y las bolsas de pañales (25-30 euros por semana) y llega hasta el convite de boda. No sé lo que le costaría a Aznar casar a la niña en El Escorial, pero sólo en biberones, defecaciones y una cunita de camping para ir a pasar el agosto a casa de los abuelos, en 14 meses te has pulido la subvención; y eso si no eres una madre trabajadora (o la ociosa esposa de un alto ejecutivo con intensa vida social, que ya me habría gustado a mí), porque entre guardería y canguros te fundes los 2.500 en menos que cuesta explicarlo.

¡Con lo bien que les habría quedado a los de El Jueves una viñeta en la que la pobre abuelita Sofía tuviera que ocuparse de sus numerosos nietos porque a sus hijas y nuera no les dieran ya los 2.500 para nannies (con el precio al que se han puesto las niñeras con clase ahora que hacen programas de TV)! Elegante y sutil, como la Corona misma.

En realidad, los chicos de El Jueves han sucumbido a la tentación de rebajar a nuestros símbolos vivos a la triste condición de seres humanos, pero ya se sabe (por lo menos lo sabe Del Olmo) que en este país esa tarea —la de vivificar el cartón-piedra— es tarea reservada a Dios. En otros países, menos católico-apostólico-romanos, hasta los fotógrafos se atreven a eso y, si no, que se lo pregunten a Allison Jackson. Fue impactante ver ayer en EPS (¡Pillados!) convertida en fotografía mi arma secreta contra la desesperación que a veces me produce la estulticia de los poderosos: imaginarlos sentados en el inodoro, con los calzoncillos o las bragas por los tobillos, solos y vulnerables. ¡Ni el más sanguinario dictador aguanta su imagen en tan indigna situación! Y Jackson lo ha fotografiado. Bien es cierto que valiéndose de un artificio: dobles y el look desenfocado y borroso de la típica instantánea de paparazzi. Pero funciona. La duda que me embarga ahora es ¿qué haría Del Olmo si el libro de esta fotógrafa, Confidential , que se publica esta semana en España mostrara no a Nicole Kidman sino a alguna princesa patria en el excusado? ¿sería dicha foto constitutiva de delito de “injurias contra la familia real”? ¡Dios, qué apuro!

Saben, yo creo que los símbolos están ahí para eso, para concitar nuestro respeto y nuestra burla. Sobre todo cuando esos símbolos son artificiosos y su razón de ser es éticamente injustificable, aunque pueda ser socialmente útil. Y si uno cobra por ser símbolo, pues a aguantar. Y los jueces a perseguir injusticias de las de verdad, que hay demasiado dolor, demasiada pobreza, demasiado abuso en el mundo para que los magistrados vayan por ahí con un paño en la mano lustrando monarquías como el que saca brillo a un gastado candelabro.

Entre "kitsch" y "cursi"

Me prometí a mí misma que reflexionaría sobre lo kitsch y lo cursi, y el día que iba a hacerlo me destituyeron a la ministra de Cultura de los modelitos agataruizdelaprada y la polémica ley del cine, esa que unos no querían porque decían que apoyaba poco a la industria nacional y otros rechazaban porque encontraban abusivas sus medidas de excepción cultural (esto es, en ese caso, la dichosa cuota de pantalla).

Mentiría si dijera que he seguido con detalle la trayectoria de Carmen Calvo y, aunque me han llegado ecos de algunas polémicas que ha generado su gestión, mi propia experiencia en el mundillo de la cultura me hace desconfiar de las críticas sectoriales tanto como de los grandilocuentes proyectos políticos.

Sí es cierto, con todo, que el estilo personal de Calvo, por lo que se deduce de sus declaraciones a los medios, no es precisamente confraternizador, algo importante cuando tu principal objetivo es aprobar leyes que necesariamente tienen que sostenerse a partir del consenso de agentes con intereses contrapuestos, en temas donde, además, se mueve mucho dinero. Porque, es cierto que en nuestro cine no se maneja el volumen económico de otros países, pero aún así hablamos de cientos de millones de euros que algunas empresas / personas pueden ganar de más o ingresar de menos según se adopten unas u otras decisiones. Y esos intereses mueven montañas. Los productores quieren más ayudas y menos impuestos; los exhibidores, más rentabilidad sin imposiciones de ningún tipo; los actores pidieron ser reconocidos como “creadores” por esa nueva ley, lo que, en la práctica ignoro qué significa.

La ministra, en la prensa, tachaba a unos y otros de “desleales”, porque denunciaban lo que no les convenía y callaban lo que les beneficiaba, protesta que resulta cuando menos pueril, porque eso es lo que hace todo el mundo cuando se queja de una nueva ley. Calvo aseguraba, por ejemplo, que los actores pedían que la Ley corrigiera aspectos del Estatuto de los Trabajadores (?), mientras, en el otro extremo, este colectivo denunciaba que la norma simplemente les ignoraba. Puede que yo sea una ignorante, pero reconocer al colectivo de actores como parte del fenómeno cultural del cine no me parece que contradiga ninguna ley laboral. Tengo ya más dudas de que una película sea más o menos “española” según el porcentaje de actores de esta nacionalidad que participen en la misma, pero sí parece lógico que la ayudas del Gobierno al sector, que se pagan con impuestos de los ciudadanos, se destinen no sólo a potenciar a las empresas productoras (parte clave de la industria, quién lo duda), sino que primen a aquellas empresas que hacen más por el conjunto del sector y ahí sí me parece que el grado de implicación de los actores del país es un factor a considerar.

Porque, en definitiva, lo que una ley puede regular no es ni la nacionalidad de una industria transnacional por definición, ni la calidad del cine que haremos, sino los instrumentos de que se dota el Gobierno para impulsar la creación cinematográfica en España (y no sólo la industria del cine).

Ahora que ha caído Calvo, tras la aprobación de tan polémica ley (mientras Richard Serra termina de componer la copia de la escultura que un día hizo para el Reina Sofía y que se encuentra “desaparecida”, según denunció en su día la propia ex ministra), cabe preguntarse hacia dónde avanzará su sucesor Antonio César Molina, que llega al ministerio después de tres años como director del Instituto Cervantes marcados por la expansión, geográfica y de prestigio, del centro.

¿Y que tiene esto que ver con el kitsch y lo cursi? Seguramente nada, a no ser que uno considere kitsch esa pretensión que por momentos lució Calvo de subrayar el carácter cultural de la moda española luciendo en actos y eventos de guardar modelos de modistas y modistos prestigiosos. El concepto de lo kitsch como copia trivializada de un estilo artístico superior parece superado en una época donde los creadores adoran jugar con la semántica ambigua del lenguaje mediático y digital, donde el concepto original versus copia carece por completo de sentido. Como tampoco tiene sentido la distinción de Adorno entre la alta cultura y lo kitsch (identificado de forma genérica con lo popular) cuando popularizar la cultura se ha convertido en el mantra de todas las políticas locales, estatales y globales.

Hoy el valor de una exposición raramente se mide por los nuevos argumentos racionales y estéticos que nos aporta la confrontación de determindas obras, la exhibición de aspectos ocultos que así se desvelan (o eso interesa sólo a una minoría); lo que se valora es el número de personas que pasaron por allí, sea cual sea el grado de comprensión de la tesis expositiva, si la hubo (algo, por otra parte, muy difícil de medir).

Ver una obra de arte que admiras es una experiencia extraordinaria, porque por buena que fuera su reproducción, por interesantes que fueran los ensayos que sobre ella leíste, su presencia te descubre aspectos nuevos e ignorados (tanto más si se trata de una escultura o de una instalación). Pero ese contacto, impagable si se lleva a cabo sumido en el maravilloso silencio de un museo cerrado, por ejemplo, resulta casi imposible y, desde luego, de lo más prosaico e incluso desagradable, cuando se mantiene rodeado de cientos de personas que te presionan por todas partes.

Del mismo modo que lo hace el público en una sala de exposiciones, la información cultural también te empuja por todos lados, pero si bien han mejorado los mecanismos que aportan cantidad (especialmente Internet y las tecnologías móviles), flaquean los que te orientan sobre la relevancia. Por decirlo de otro modo: acarreamos ingentes cantidades de información cultural sin hacer mucho con ella. Bueno, quizás este sólo sea un problema personal (me falta tiempo y presupuesto para hacer y ver todo lo que me interesa).

Seguiré pensando en lo cursi, a ver si aprendo algo.

Una tarde extraña

¡¡Cuánto tiempo!! Y no es que me hubiera olvidado de que tengo un blog, ni tampoco que falten temas para comentar. Yemen, Frankfurt, Rato, el verano que se acerca (porque llegar, aún no ha llegado, realmente)… pero es que cuando te metes muy a fondo en una tarea, a veces tu agenda te “tapa” el mundo. Por otra parte, los medios tienden a imponer una agenda que, con frecuencia, tiene poco que ver con nuestra realidad cotidiana: como ese debate sobre el estado de la nación en el que el PP sigue usando las supuestas “negociaciones” con ETA como un proyectil contra la línea de flotación electoral del PSOE, mientras en Madrid se cierra el juicio contra los atentados del 11-M con la derecha política y mediática cuestionando la autoría islamista e insinuando conspiraciones y maniobras para la manipulación electoral, y en Yemen mueren catalanes y vascos ¿porque un señor bajito y con bigote nos llevó a Iraq, o porque un señor alto de ojos azules nos mantiene en Afganistán y lo soldados colombianos, madrileños y andaluces le parecen ‘poca cosa’ al Al Qaeda, o porque sí, porque el absurdo no tiene límites y la desesperación genera monstruos que nos deboran por dentro?

¿Cómo racionalizar todo esto? ¿Cómo hacerlo convivir con las actividades veraniegas de tus hijos, los cambios de horario, las verbenas, el grifo que gotea, la lavadora que no centrifuga?

¿Para qué sirve escribir si no es para entender qué nos pasa? ¿Y si no somos capaces de entenderlo? ¿Y si no somos esos individuos de identidad híbrida de los que habla Zygmunt Bauman (triunfadores del mundo globalizado), sino individuos de identidades escindidas incapaces de juntar los trozos para entenderse a sí mismos y, a través de esa comprensión, leer el mundo?

Para ser honesta, me gustaría ser un blogger de estos que nos cuentan desde algún rincón extraño del mundo cómo es la vida real de los olvidados, pero mis rutas de hoy sólo me llevan a desesperarme por tener que utilizar el coche en hora punta para entrar en Barcelona. Me encantaría poder describir el exotismo de una araucaria, o poner voz a la desesperación de un campesino que mira al cielo esperando sentir caer unas gotas de agua que necesita y que es consciente que alguien le está robando, aunque no haya oído nunca hablar de cambio climático. Pero, en realidad, mis crónicas (si las hubiere) hablarían más probablemente del desperdicio de energía que supone ese aire acondicionado en el tren que me provoca anginas al menos un par de veces entre junio y agosto, y un gripazo otoñal mediado septiembre. ¿Son dos caras de la misma moneda? Probablemente, pero mi prosa (tan escindida como mi identidad y no sólo por mi bilingüismo idiomático) no sabe juntar esas dos caras en una sola imagen para compartirla con un lector desconocido.

Me gustaría tener la disciplina de anotar aquí un pensamiento, una idea cada día, y hacerlo con palabras hermosas… Bien, no sé si “hermosas” es el término. Alguien me acusó no hace mucho de haber escrito una cursilería, algo de lo que hasta ahora creía haberme liberado, pero quizás la edad me ha reblandecido (y no sólo la tripa y los muslos como a Bridget Jones).

Voy a reflexionar sobre los términos cursi y kitsch y mañana escribiré algo al respecto.