El 2009 de Obama

Abundan estos días en la prensa artículos que compendian, no sin cierto pesimismo y escepticismo, los retos que deberá afrontar Barak Obama cuando tome posesión de su cargo como flamante presidente de los Estados Unidos el próximo 20 de enero. El escepticismo no se basa en la falta de capacidades del político, sino en el exceso de expectativas que varios analistas coinciden en ver puestas sobre él. Así lo señalaba el pasado domingo Paul Kennedy en El País, cuando afirmaba que “el equipo de Barak Obama, por muy listo, experimentado y maravilloso que sea, no puede satisfacer todas las esperanzas que han depositado en él todos esos estadounidenses alegres pero ansiosos” y hoy mismo Miguel Ángel Bastenier nos advertía desde las páginas de ese periódico que la opinión pública internacional, pero sobre todo la europea, “pone el listón tan desconsideradamente alto que el primer problema del entrante será que ninguna mejora llegará tan rápida ni tan dramáticamente como para que el mundo se sienta compensado por lo que deja atrás”.

Bueno es que se pida prudencia respecto a los cambios que todos esperamos que conjure una actitud nueva de Estados Unidos en la arena internacional y otra forma de administrar internamente un país cuyos problemas nos afectan a todos, como ha puesto dolorosament en evidencia la actual crisis econímica. Otra cosa es el pesimismo que surge del análisis de la agenda política que tiene delante Obama, ese “esto es lo que hay” de Kennedy, en el que da por descontado que temas como las relaciones de EEUU con Latinoamérica, África y Europa quedarán relegadas a un segundo plano por los temas urgentes: China, Rusia, el sur de Asia y los países árabes. Como presupone que en este panorama, y ocupado por asuntos internos como la respuesta a la crisis financiera, poco o nada se ocupará de la ONU y de las necesarias reformas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

No es nada descabellado pensar que dar una salida razonable a la ocupación de Iraq o afrontar los problemas de la intervención en Afganistán van a ser las máximas prioridades del nuevo presidente desde su toma de posesión. Y seguramente es cierto, como afirma Paul Kennedy, que Estados Unidos no está en disposición de enviar 250.000 soldados a África durante los próximos 10 años para acabar con los conflictos armados del continente. Pero es que el cambio que, al menos algunos, esperamos de Obama es que deje de pensar en la acción internacional de su país sólo en términos de intervención militar o, como también sugiere Kennedy, en una imposición de reglas comerciales a la medida de sus intereses. No se trata de seguir actuando de una forma prepotente y arrogante pero con unos objetivos más humanitarios que los que haya estado persiguiendo George W. Bush y su Administración. Se trata de cambiar las reglas del juego, incluso de cambiar de juego y, sobre todo, de jugadores.

¿Puede la nueva Administración norteamericana plantear unas nuevas relaciones con Rusia sin construir un nuevo marco de relaciones con Europa y la Unión Europea? ¿Puede Obama dejar en un segundo plano de su política internacional las relaciones con una potencia emergente como Brasil que está asumiendo un claro poder de liderazgo en América Latina? ¿Puede el mundo entero, con Estados Unidos a la cabeza, dar respuesta a conflictos como los de Iraq, Afganistán o Palestina sin reforzar un multilateralismo que podría tener en la ONU un instrumento útil si se emprenden las necesarias reformas? Al fin y al cabo, este organismo podría ser un magnífico foro para ese diálogo con todos que el propio Obama ha declarado que quiere que sea piedra de toque de su política internacional.

El mismo día 26 y también en El País John Carlin recogía unas palabras del comentarista político de The Nation William Greider que parecían dirigidas al análisis de Paul Kennedy. Según Greider, diplomáticos y columnistas son claros ejemplos del sentimiento de “manifiesta superioridad” común a la mayoría de norteamericanos y que les hace sentir “que somos la mejor esperanza para el mundo, de que nuestro papel natural consiste en dirigir el destino del planeta”. Si como espera Greider, y con él medio mundo, Obama es capaz de cambiar esto y dotar la acción internacional de su Gobierno de humildad, además de firmeza, las cosas pueden cambiar bastante (aunque el silencio ante la masacre israelí en Gaza no sea, como se ha apuntado ya, un buen indicio inicial).

El largo y detallado perfil que Carlin traza del presidente electo de Estados Unidos alimenta más si cabe las expectativas, al subrayar la gran seguridad que Obama tiene en sí mismo y en sus convicciones, y su gran capacidad para escuchar y para rodearse de personas más preparadas e incluso más inteligentes que él. Vale, quizás no lo consiga cambiar todo en pocos meses, pero seamos serios, con McCain y Palin habríamos tenido muchas más razones para el escepticismo y aún más para el pesimismo.

El tren de la bruja

Leo estos días Don’t shoot the clowns, la experiencia de un grupo de payasos que trabajó en Iraq durante la guerra —esto es, la invasión norteamericana— intentando rescatar del fondo del alma y el corazón de los niños, las mujeres y los hombres de aquel país lo que ni un embargo ni los bombardeos habían conseguido matar: su capacidad de reir. Narra la historia la abogada, promotora y, ocasionalmente, miembro de la troupe Jo Wilding, que viajo por primera vez a Iraq en agosto de 2001, como otros activistas que querían protestar con ese acto por el boicot impuesto durante diez años por la ONU, que tan crueles consecuencias humanas estaba teniendo.

Mientras yo me reía y me impresionaba con esta obra llena de ironía y espíritu combativo, las bombas empezaron a caer sobre Beirut. Israel ha puesto en marcha un capítulo más de esta “guerra contra el terrorismo” con la que los gobernantes de este desgobierno quieren justificar sus desmanes y sus fracasos: su incapacidad de tender y mantener puentes de diálogo; su incapacidad de trabajar, unos y otros, por la justícia en vez de por la venganza; la corrupción; el desafuero de una industria armamentística enloquecida que crece como un tumor maligno; los prejuicios convertidos en ideología política; la hipocresía; el interés de unos pocos por encima de los derechos de muchos… Afaganistán, Iraq, Líbano…

¿Se imaginan que España bombardeara Hendaya porque descubre que por allí se esconden etarras? Y que la respuesta de los estrategas de Zapatero a la propuesta fuera algo así como “dale a la antena de teléfono, que así los aislamos, y apunta para que el misil caiga entre la escuela y el hospital”. Ya sé, estas cosas no hay que imaginarlas antes de irse de vacaciones, que pueden producir pesadillas, pero… ¿puede una temer pasadilla mayor que esta realidad que lleva tres semanas golpeándonos las sienes?

Ya no nos hace falta ir a la feria a asustarnos un poco con el tren de la bruja. Basta con encender la TV. Y ¿sabéis?, me importa un rábano quien tenga la razón. Igual resulta que sí, que si lo pienso bien yo también creo que las comunidades tienen derecho a defenderse, en primera instancia de todos aquellos gobernantes o líderes que les llevan a la guerra. Los israelíes tienen derecho a defenderse de Olmert y sus colegas, y los libaneses y palestinos tienen derecho a defenderse de Hezbolá y de su lógica salvaje. No me creo a nadie que diga “no nos dejaron otro remedio”: por cada reacción violenta hay siempre una iniciativa pacífica, hay otro camino distinto a las bombas, distinto a la vocación de muerte que parece emborrachar a algunos.

Me voy de vacaciones, alegre por los días que me esperan pero triste por tanto dolor y tantos agresores impunes. Abro mi libro sobre esa troupe de payasos perdidos en una guerra y me encuentro frente a frente con la sonrisa de Tekoshin, una bonita niña de ocho años cuyo nombre significa resistencia, aquello que los enseñoreados amos del mundo no entienden que provocan cuanto más hacen por destruirla. ‘Resistid’, tenemos ganas de gritarles a los libaneses. ‘Resistid’ les gritaríamos a la víctimas de Hezbolá. Resistid en la paz, sin devolver el golpe. Resistid y quizás así la razón acabe emergiendo en este mar proceloso.