Leo estos días Don’t shoot the clowns, la experiencia de un grupo de payasos que trabajó en Iraq durante la guerra —esto es, la invasión norteamericana— intentando rescatar del fondo del alma y el corazón de los niños, las mujeres y los hombres de aquel país lo que ni un embargo ni los bombardeos habían conseguido matar: su capacidad de reir. Narra la historia la abogada, promotora y, ocasionalmente, miembro de la troupe Jo Wilding, que viajo por primera vez a Iraq en agosto de 2001, como otros activistas que querían protestar con ese acto por el boicot impuesto durante diez años por la ONU, que tan crueles consecuencias humanas estaba teniendo.
Mientras yo me reía y me impresionaba con esta obra llena de ironía y espíritu combativo, las bombas empezaron a caer sobre Beirut. Israel ha puesto en marcha un capítulo más de esta “guerra contra el terrorismo” con la que los gobernantes de este desgobierno quieren justificar sus desmanes y sus fracasos: su incapacidad de tender y mantener puentes de diálogo; su incapacidad de trabajar, unos y otros, por la justícia en vez de por la venganza; la corrupción; el desafuero de una industria armamentística enloquecida que crece como un tumor maligno; los prejuicios convertidos en ideología política; la hipocresía; el interés de unos pocos por encima de los derechos de muchos… Afaganistán, Iraq, Líbano…
¿Se imaginan que España bombardeara Hendaya porque descubre que por allí se esconden etarras? Y que la respuesta de los estrategas de Zapatero a la propuesta fuera algo así como “dale a la antena de teléfono, que así los aislamos, y apunta para que el misil caiga entre la escuela y el hospital”. Ya sé, estas cosas no hay que imaginarlas antes de irse de vacaciones, que pueden producir pesadillas, pero… ¿puede una temer pasadilla mayor que esta realidad que lleva tres semanas golpeándonos las sienes?
Ya no nos hace falta ir a la feria a asustarnos un poco con el tren de la bruja. Basta con encender la TV. Y ¿sabéis?, me importa un rábano quien tenga la razón. Igual resulta que sí, que si lo pienso bien yo también creo que las comunidades tienen derecho a defenderse, en primera instancia de todos aquellos gobernantes o líderes que les llevan a la guerra. Los israelíes tienen derecho a defenderse de Olmert y sus colegas, y los libaneses y palestinos tienen derecho a defenderse de Hezbolá y de su lógica salvaje. No me creo a nadie que diga “no nos dejaron otro remedio”: por cada reacción violenta hay siempre una iniciativa pacífica, hay otro camino distinto a las bombas, distinto a la vocación de muerte que parece emborrachar a algunos.
Me voy de vacaciones, alegre por los días que me esperan pero triste por tanto dolor y tantos agresores impunes. Abro mi libro sobre esa troupe de payasos perdidos en una guerra y me encuentro frente a frente con la sonrisa de Tekoshin, una bonita niña de ocho años cuyo nombre significa resistencia, aquello que los enseñoreados amos del mundo no entienden que provocan cuanto más hacen por destruirla. ‘Resistid’, tenemos ganas de gritarles a los libaneses. ‘Resistid’ les gritaríamos a la víctimas de Hezbolá. Resistid en la paz, sin devolver el golpe. Resistid y quizás así la razón acabe emergiendo en este mar proceloso.