Porque me parece vergonzoso que después de dos mil años de convivencia y 35 de democracia los políticos españoles (senadores de una cámara que la Constitución define como de representación territorial) no hayan incorporado como un patrimonio que defender y fomentar las lenguas y las culturas diversas que enriquecen la España unida en la que sueñan.
¿Cómo vas a constrir unión desde el desprecio? ¿Cómo puedes hablar de compartir un espacio común si empiezas por arrojar fuera de ese espacio todo lo que no se adapta a un esquema maniqueo de la realidad?
Es cierto, las lenguas son para entenderse, pero las que se entienden son las personas y lo primero que se necesita es voluntad de entendimiento, amplitud de miras e inquietud cultural. El pinganillo es un recurso para los perezosos y los indolentes.
La división hoy parece estar entre la España plurilingüe y la monolítica. El jueves, como tantos otros días, asistí a una reunión en mi ciudad, Terrassa (hoy en el mapa mental-afectivo de todas las Españas gracias al barcelonista Xavi). Allí estábamos catalanes de orígenes diversos, unos nacidos en la ciudad, con decenas de generaciones terrassenses a la espalda; otros cuyos orígenes están en la Catalunya rural que alimentó el crecimiento industrial de mediados del XX junto a andaluces y murcianos; algunos nacidos en Perú; otros nacidos en Andalucía y aún luciendo su cerrado acento después de 40 años de ininterrumpido activismo social en Catalunya. Todos catalanes, hablando en diferentes lenguas, entendiéndonos. Porque aquí todos somos activamente bilingües y lo vivimos como una riqueza, no como un peaje.
¿Por qué en España es prácticamente imposible aprender euskera si no vives en Bilbao o en Donosti? ¿Por qué no es el aprendizaje de las diferentes lenguas del Estado una opción en los planes educativos de nuestros jóvenes? Así quizás a los políticos del futuro no les harían falta muletas para recorrer el camino de sus responsabilidades y a todos los ciudadanos nos resultaría más fácil ver reconocidos nuestros derechos.
¡Debo ser la única persona del continente europeo que aún cree que tiene sentido lo de la “España de los pueblos”! Una estructura federal, desde luego asimétrica (como asimétrica es la economia y la fuerza social del Estado) y con Catalunya jugando fuerte a liderar (no se puede estar en el furgón de cola del poder cuando se tiene una participción que oscila entre el 20% y el 50% en la mayoría de sectores productivos e industriales, y en los científicos, y en los culturales). Esto sería posible si los catalanes creyeran en España como proyecto y el resto de los españoles superaran una visión del Estado monolítica y centralista heredada del franquismo. El anacronismo del pinganillo y el crecimiento del sentimiento independentista nos dicen que vamos claramente en la dirección contraria.
Usar el castellano como arma arrojadiza contra las otras lenguas y culturas del Estado, e identificar “lo español” con una interpretación casticista y folklórica de lo cultural, acaba por degradar especialmente la lengua y la cultura que los esencialistas celtíberos identifican como común. Cuando lo que se quiere común se convierte en excluyente, deja de ser común para convertirse en el objetivo a batir. Nadie se marcha de casa si vive bien en ella, lo cual resulta difícil si se te exige que cada vez que bajas al comedor te envuelvas con la bandera de España y te marques un chotis.
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