Tendinitis

Una no se da cuenta de todos los músculos que intervienen en un gesto tan sencillo como sacar una sartén del armario hasta que una tendinitis convierte esta memez en un proceso de lo más doloroso. Secarse el pelo, recoger con la escoba las migas que cayeron al cortar el pan, cambiar la marcha mientras conduces tu coche, girar la llave para abrir una puerta… Decenas de gestos cotidianos se convierten en molestas penalidades.

Igual que mi brazo derecho, la economía parece afectada de una dolorosa tendinitis. Leía esta mañana una entrevista con Luis de Sebastián (Diari de Terrassa), en la que el catedrático emérito de ESADE señalaba que el impacto psicológico de la crisis supera y empeora su envergadura real. Explica el economista que, aunque es cierto el aumento del paro, son muchas más las familias que, sin haber visto afectados sus ingresos, han reducido drásticamente su consumo, lo que acaba generando una bola de nieve que empeora la situación. Es como si una extraña tendinitis nos impidiera a todos sacar la cartera del bolsillo, incluso a aquellos que siguen teniendo los mismos recursos que hace un año o dos.

Pero, seguramente, la prevención de la mayoría tampoco sea tan exagerada, si tenemos en cuenta que donde ha fallado el sistema es ahí donde parecía más invulnerable: los bancos y las finanzas, como sector; Estados Unidos como país. Quien más quien menos alberga dudas sobre la solidez y sostenibilidad de sus propios recursos. Si eres empleado, porque tus ingresos futuros dependen de unos gestores que quizás puedan decidir mañana restricciones de plantilla; si tienes tu propio negocio, porque hay incertidumbre sobre la solvencia de los clientes, cuando no problemas reales de impago y reducción efectiva de márgenes y liquidez. Y, es cierto, nos atenaza un pesimismo generalizado que no ayuda a afrontar esos problemas (normales, por otro lado, en la actividad económica) con ánimo y lucidez.

Creo que lo que todos estamos esperando es que alguien nos diga que la crisis ha tocado fondo, que de ahora en adelante las cosas sólo pueden ir a mejor. Pero el mensaje que nos llega no es ese, por lo que nos mantenemos a la espera, prudentes, con las naves recogidas, pendientes de oir el batacazo final (de alguien que esperamos no ser nosotros), para volver a la mar cuando haya escampado. Puede que no sea bueno, pero es razonable.

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