No sé si lo leí o lo escribí antes en otra parte, pero aquí en Colombia he recordado que la lengua es una casa donde vivimos, a veces sin darnos cuenta, con quienes la comparten con nosotros. Llevo un tiempo instalada en otra casa y al llegar aquí he sentido el deseo de volver a recorrer las habitaciones conocidas, el deseo de oir mi voz –como un eco de pasos por las viejas estancias– en esta lengua que tanto amo, aunque no sea la mía.
Aquí el castellano (siempre me resistiré a llamarlo español) suena diferente, con una entonación más suave, con menos aristas, más musical, pero sin la cantinela de otros acentos latinoamericanos. Se llena de anglicismos y, en los medios, se llena de tesituras graves que no sé si son tan frecuentes en la calle. De hecho, si hay que juzgar por el personal de vuelo de Avianca, las mujeres tienden al falsete sobreagudo. Se llena también de palabras para mi exóticas, como “yarubo”, un árbol cuyas enormes hojas color ceniza llenan de reflejos plateados las laderas por las que bajo hasta Medellín, o variantes propias de términos comunes, como “parqueadero” por “aparcamiento”, o ese “carro” y ese “saco” que todos oímos en doblajes latinoamericanos.
No estoy descubriendo nada extraordinario, es cierto, pero es lo que dan de si los primeros pasos de un viaje iniciado con un vuelo transatlántico de 12 horas con dos más de enlace. Para “aligerar” el trayecto decidí hacer noche en Bogotà y coger el enlace a Medellín por la mañana. Hacedme caso: si vais a Medellín desde Barcelona, no cometáis el mismo error. Entre que pasas inmigración, recoges la maleta (si también cometiste el error de no facturarla hasta Medellín) y te plantas en el hotel, son las 11 de la noche, hora local, pero las 6 de la mañana en España, y acostarse a la hora en que tu cuerpo acostumbra a despertarse suele resultar en fracaso para el descanso. Por si esto fuera poco, mi vuelo a Medellín salió con retraso, limitando mis opciones de jornada turística.
La decisión me ha permitido, en cualquier caso, observar el enorme movimiento de vuelos locales que hay un domingo en el aeropuerto de Bogotà. Aviones que salen cada 10 minutos a ciudades como Cali o Barranquilla, pero también a lugares de los que no había oido hablar: El Yopal, Cucuta, Ibagué, Pereira… Las distancias aquí son tan grandes y la orografía de algunas zonas tan dura que el avión debe ser la única opción razonable para muchos viajes interiores.
Hoy, sentada en el Botánico de Medellín, después de algunas reuniones y con la impresión de una tarde de domingo de museo y breve paseo, empiezo a hacerme una idea del país. Veo a gente ilusionada y comprometida por cambiar las cosas. Cautos con las expectativas, pero decididos. Un país con un potencial enorme, que ha empezado a darse cuenta de cuánto puede llegar a hacer. Una primera impresión positiva, pero debo escuchar y ver más, mucho más.
¡Qué bonita mi Adelita! Espero que la pases bien x ‘nuestra América’. ¿la cantinela será la de mi español caribeño? jejeje..
PD1: Eso de ´Aparcamiento’ nunca he visto en Catalunya, más bien ‘Parking’.
PD2: Gracias por lo de you know what!!
😉 manu
Interessant… Bona estada colombiana!