El mundo que viene

Más reflexiones sobre los retos que deberá afrontar Obama. Esta vez de mano de Fareed Zakaria, director de Newsweek. Su análisis Estrategia de gran calado, que publica hoy El Periódico, nos advierte que sin un cambio radical en la manera de actuar de Estados Unidos en la arena internacional, todos perderemos. En un mundo global e interconectado, con potencias ascendentes como China e India, y conflictos latentes por el control de las materias primas y la energía y por temas tan básicos como los alimentos y el agua, Estados Unidos ya no puede actuar unilateralmente apoyándose en su poderío militar. Y lo más importante, ya no lo podrá hacer en el futuro.

“Asistimos a un extraño momento de la historia. Una América con más respuestas, mejor sintonizada con el resto del mundo, podría ayudar a crear un nuevo conjunto de ideas e instituciones, una arquitectura de paz para el siglo XXI que aportaría estabilidad, prosperidad y dignidad a las vidas de miles de millones de personas. Dentro de diez años, el mundo habrá avanzado; las potencias ascendentes no estarán ya dispuestas a aceptar una agenda diseñada en Washington, Londres o Bruselas. Pero en este momento y para este hombre en concreto, hay una oportunidad única para utilizar el poder de EEUU para reformar el mundo. Es su momento. Debería hacerse con él.”

Zakaria también advierte sobre las enormes expectativas depositdas en Obama, pero no para recomendar prudencia, o avanzar un pesimismo que nos alivie futuras decepciones, sino para compendiar lo que es inexcusable en la nueva política americana: diálogo con todos, pero en especial con las potencias emergentes en el Oriente mundial; multilateralismo, mediante la reforma de las instituciones disponibles o la creación de otros foros adecuados; atención adecuada tanto a la seguridad como a los problemas blandos, desde el cambio climático a la salud o el hambre, que están en la raiz de tantos conflictos.

Una buena reflexión.

El 2009 de Obama

Abundan estos días en la prensa artículos que compendian, no sin cierto pesimismo y escepticismo, los retos que deberá afrontar Barak Obama cuando tome posesión de su cargo como flamante presidente de los Estados Unidos el próximo 20 de enero. El escepticismo no se basa en la falta de capacidades del político, sino en el exceso de expectativas que varios analistas coinciden en ver puestas sobre él. Así lo señalaba el pasado domingo Paul Kennedy en El País, cuando afirmaba que “el equipo de Barak Obama, por muy listo, experimentado y maravilloso que sea, no puede satisfacer todas las esperanzas que han depositado en él todos esos estadounidenses alegres pero ansiosos” y hoy mismo Miguel Ángel Bastenier nos advertía desde las páginas de ese periódico que la opinión pública internacional, pero sobre todo la europea, “pone el listón tan desconsideradamente alto que el primer problema del entrante será que ninguna mejora llegará tan rápida ni tan dramáticamente como para que el mundo se sienta compensado por lo que deja atrás”.

Bueno es que se pida prudencia respecto a los cambios que todos esperamos que conjure una actitud nueva de Estados Unidos en la arena internacional y otra forma de administrar internamente un país cuyos problemas nos afectan a todos, como ha puesto dolorosament en evidencia la actual crisis econímica. Otra cosa es el pesimismo que surge del análisis de la agenda política que tiene delante Obama, ese “esto es lo que hay” de Kennedy, en el que da por descontado que temas como las relaciones de EEUU con Latinoamérica, África y Europa quedarán relegadas a un segundo plano por los temas urgentes: China, Rusia, el sur de Asia y los países árabes. Como presupone que en este panorama, y ocupado por asuntos internos como la respuesta a la crisis financiera, poco o nada se ocupará de la ONU y de las necesarias reformas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

No es nada descabellado pensar que dar una salida razonable a la ocupación de Iraq o afrontar los problemas de la intervención en Afganistán van a ser las máximas prioridades del nuevo presidente desde su toma de posesión. Y seguramente es cierto, como afirma Paul Kennedy, que Estados Unidos no está en disposición de enviar 250.000 soldados a África durante los próximos 10 años para acabar con los conflictos armados del continente. Pero es que el cambio que, al menos algunos, esperamos de Obama es que deje de pensar en la acción internacional de su país sólo en términos de intervención militar o, como también sugiere Kennedy, en una imposición de reglas comerciales a la medida de sus intereses. No se trata de seguir actuando de una forma prepotente y arrogante pero con unos objetivos más humanitarios que los que haya estado persiguiendo George W. Bush y su Administración. Se trata de cambiar las reglas del juego, incluso de cambiar de juego y, sobre todo, de jugadores.

¿Puede la nueva Administración norteamericana plantear unas nuevas relaciones con Rusia sin construir un nuevo marco de relaciones con Europa y la Unión Europea? ¿Puede Obama dejar en un segundo plano de su política internacional las relaciones con una potencia emergente como Brasil que está asumiendo un claro poder de liderazgo en América Latina? ¿Puede el mundo entero, con Estados Unidos a la cabeza, dar respuesta a conflictos como los de Iraq, Afganistán o Palestina sin reforzar un multilateralismo que podría tener en la ONU un instrumento útil si se emprenden las necesarias reformas? Al fin y al cabo, este organismo podría ser un magnífico foro para ese diálogo con todos que el propio Obama ha declarado que quiere que sea piedra de toque de su política internacional.

El mismo día 26 y también en El País John Carlin recogía unas palabras del comentarista político de The Nation William Greider que parecían dirigidas al análisis de Paul Kennedy. Según Greider, diplomáticos y columnistas son claros ejemplos del sentimiento de “manifiesta superioridad” común a la mayoría de norteamericanos y que les hace sentir “que somos la mejor esperanza para el mundo, de que nuestro papel natural consiste en dirigir el destino del planeta”. Si como espera Greider, y con él medio mundo, Obama es capaz de cambiar esto y dotar la acción internacional de su Gobierno de humildad, además de firmeza, las cosas pueden cambiar bastante (aunque el silencio ante la masacre israelí en Gaza no sea, como se ha apuntado ya, un buen indicio inicial).

El largo y detallado perfil que Carlin traza del presidente electo de Estados Unidos alimenta más si cabe las expectativas, al subrayar la gran seguridad que Obama tiene en sí mismo y en sus convicciones, y su gran capacidad para escuchar y para rodearse de personas más preparadas e incluso más inteligentes que él. Vale, quizás no lo consiga cambiar todo en pocos meses, pero seamos serios, con McCain y Palin habríamos tenido muchas más razones para el escepticismo y aún más para el pesimismo.

Maravillada

¿Por qué será que al masoquismo con cuero lo llaman “vicio” y al masoquismo con hábito lo llaman “santidad”?

Humíllate, sométete y estarás más cerca de Dios, pregonaba sor Maravillas, y Bono hoy debe sentirse mucho más cerca del Altísimo, porque le han humillado los medios, que han difundido sin pudor su irritación verbal (la de Bono) hacia los compañeros del PSOE que se oponían a que una cámara que aún no ha resarcido su deuda moral y legal con las víctimas de la represión franquista homenajeara con una placa honorífica a una beata canonizada por oler a nardos y haber sido “perseguida por los rojos” durante la Guerra Civil.

Posiblemente mi cinismo sea injusto, pero esa supuesta “persecución” fue, cuando menos, poco eficaz y no parece que hubiera dejado más secuelas que los cilicios, porque la monja murió en 1971, en su cama, tras más de 30 años predicando su fe, una parte de los cuales oponiéndose con fervor a la apertura propiciada por el Concilio Vaticano II. No puedo ni imaginarme que tipo de torutras se hubiera podido autoinfligir sor Maravillas por mor de expiar el pecado de la Teología de la Liberación. Si es lo que dice Bono: “una santa, hijos de p…, que no os enteráis”. Claro, estamos todos obcecados por esas más de 100.000 víctimas de la represión franquista (o sea, muertos, porque las víctimas de la falta de libertades, de la represión cultural y política, del abuso de poder fueron muchos millones de personas) y por eso no somos capaces de reconocer e inclinarnos ante la santidad cuando la tenemos delante de las narices.

Y es que somos imposibles. Le pedimos a la Reina que se calle, como si sólo fuera un símbolo anacrónico, cuya opinión no nos interesa, dado que la nuestra tampoco es tenida en cuenta para decidir quién puede ser el mejor Jefe del Estado; no nos impresionan los milagros y nos creemos que las enfermedades las curan hombres y mujeres tan cínicos pero menos ocurrentes que House llamados médicos y que trabajan en hospitales bastante más cutres que los de las series norteamericanas; abrimos los micrófonos y escudriñamos que dicen los políticos cuyo sueldo pagamos y a los que, encima, les pedimos que sean referentes sociales, como si dedicarse a la política con un sueldo público acarreara responsabilidades éticas (Gil tiembla en su tumba sólo con el murmullo de esta palabra). Vamos, que somos incorregibles.

Suerte que sor Maravillas rezará por nosotros ahí en el paraíso de los buenos, pues ¿qué mayor humillación y sometimiento que intentar salvar para la vida eterna a su lado a unos descreídos de nuestro calibre?

Sorpresas, pero no tanto

Confieso que me ha sorprendido más que un futbolista tenga opiniones políticas y las exprese públicamente que el hecho que la empresa Kelme haya rescindido el contrato al jugador del Barça Oleguer Presas por expresarlas, sobre todo cuando me he enterado que la empresa es de Alicante y que superó una grave crisis gracias a la aportación de nueve millones de euros del gobierno autonómico (PP) de la Comunidad Valenciana.

No he leído el polémico artículo de Oleguer, pero de las frases entresacadas por varios medios de comunicación (incluido el artículo de Libertad Digital que habla de “apoyo al sanguinario De Juana”), me ha dado la sensación que el jugador plantea más preguntas que respuestas. Puede que mi juicio sea benvolente al entender de algunos, pero no veo por qué debe sorprendernos tanto que alguien se pregunte en voz alta sobre los criterios de unos jueces que permiten la salida de la cárcel por razones de salud de condenados con penas firmes y que no apliquen ese criterio en un caso de prisión preventiva. Sí, ya sé, De Juana ha provocado su propio deterioro físico al declararse en huelga de hambre y eso es, para algunos, un “chantaje” al Estado que no puede tolerarse. Pero tampoco es tolerable que un juez descalifique e insulte a otro por sus ideas políticas y eso mismo es lo que acaba de pasar en el Tribunal Constitucional. Pero pasa que en este país la (in)tolerancia se ha convertido en una arma arrojadiza.

Lo cierto es que la vida política espñola se ha convertido en una especie de vomitivo reality show en el que se grita, se insulta, se hacen juicios morales de corte inquisitorial, y todo el mundo (incluidos los jueces) están más pendientes de la opinión pública que de sus principios. Porque, recordémoslo, De Juana Chaos es un terrorista, pero su encarcelamiento actual se debe a un delito de opinión (unos artículos de prensa) y si muere en la cárcel a causa de esta huelga de hambre tengo la sensación que será como hacer caminar a nuestro tan mentado y dolorido Estado de derecho descalzo por un camino sembrado de cristales rotos.

De mi infancia católica recuerdo aquello de “pecar de pensamiento, palabra y obra”, pero no creo que la progresiva demonización del pensamiento disidente promovida desde la derecha vaya a hacerle ningun bien a este país. Yo no soy independentista, ni siquiera estoy muy segura de ser nacionalista, tal como ese término se suele entender, pero sí defiendo el derecho de todo el mundo a pensar lo que le dé la gana sobre política mientras respete la reglas del juego democrático y con sus actos no vulnere ni la ley ni los derechos básicos de todas las personas.

De las palabras… de las palabras hay que hablar mucho: ¿dónde empieza y dónde termina la apología del terrorismo? Volviendo al caso de Oleguer, ¿se es proetarra si se cuestiona el encarcelamiento de De Juana? ¿no es también auténtico terrorismo periodístico (practicado sin pudor por Libertad Digital) poner en la misma línea de pensamiento político las cuestiones que Oleguer se plantea sobre el etarra y su conocida postura a favor de las selecciones deportivas catalanas? No hay nada más peligroso que un mundo en blanco y negro (o conmigo o contra mí) en el que unos cuantos se empeñan en convertir España. Y para hacerlo, además, se recurre a un mercadeo de palabras que empieza a alcanzar cotas inauditas (¿también intolerables?).

Que la mayoría de grupos parlamentarios rechacen la discusión de unas propuestas del PP (que, de todos modos, fueron incluidas en el orden del día de la Cámara y ampliamente publicitadas por la prensa) es calificado por este partido de “estalinista” y de “maniobra inédita en democracia”, lo que resulta, cuando menos, una falta de respeto a los millones de personas que sí sufrieron la represión de Stalin, y probablemente también una falsedad, porque es difícil de creer que en democracias de larga trayectoria como la inglesa o la francesa no haya precedentes de mociones no discutidas por decisión de la mayoría de fuerzas parlamentarias. Pero ahí queda la frase, alimentando el victimismo de los votantes de derechas, que escriben y proclaman en blogs y debates públicos que se está degradando la democracia (cosa que probablemente es cierta, porque las mentiras y el maquillaje de las palabras tienen ese pernicioso efecto).

Hoy, además, Aznar ha reconocido que, por fin, sabe que no hay armas de destrucción masiva en Iraq. O como presidente fue un necio, o como ex presidente es un cínico. Y es difícil decir cuál de las dos cosas es peor.

Escritos recuperados (2): ONG, medios y poder

Tras más de once años de trabajo en el sector de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), sigo convencida de que su papel en la sociedad actual resulta esencial, con todo y reconocer sus enormes limitaciones. La ONG han catalizado el descontento de la sociedad frente a los partidos tradicionales, que durante las décadas de los ochenta y los noventa parecía sólo preocupados de contentar a los representantes del poder económico, haciendo oídos sordos a muchas de las inquietudes que calaban cada día más hondo en la sociedad. No era sólo un problema de derechas o izquierdas (aunque también), era (es) una cuestión de valores éticos y de la razón ideológica (que no de ideologías) de la política. Bien está que los políticos administren correctamente la cosa pública, pero la política no es sólo administración, es construcción de propuestas, es planear y avanzar cómo queremos que sea el mundo.

Las ONG (no todas, pero sí las más sólidas y mejor asentadas) han puesto sobre la mesa “nuevos” temas, forzando con su capacidad de movilización que se incluyan en la agenda política temas que con frecuencia han desbordado la mirada estrecha de los políticos. Han sido los movimientos sociales (donde hay de todo, no sólo ONG) quienes han puesto el dedo en la llaga del impacto humano de la globalización, mientras los poderes tradicionales parecían sólo ocupados en contentar a los inversores internacionales. Migraciones, devastación del medio ambiente, explotación humana y expoliación de los países más pobres, conflictos armados y violencia urbana, vulneración de los derechos humanos, marginación de la mujer y las minorías étnicas, catástrofes naturals y cambio climático, pobreza, una pobreza intolerable y abyecta que mantiene fuera de la escuela a 100 millones de menores, sin agua potable a 1.000 millones de personas, malviviendo con menos de dos dólares a más de un tercio de la Humanidad.

Y ante esa realidad, que desborda cualquier gesto meramente caritativo, ¿qué hacen las ONG? ¿tienen poder para cambiar las cosas? Ese es el tema de la reflexión que nos planteamos con Ignasi Carreras respondiendo a la invitación de Vanguardia Dossier.

Vanguardia Dossier ¿Cuál es el papel de los gobiernos, las multinacionales, las ONG, el terrorismo, la religión o la opinión pública en la configuración del nuevo mundo? Quince especialistas desvelan las claves.
Peligros y esperanzas

MIQUEL PORTA PERALES A la pregunta que plantea el último Vanguardia Dossier, ¿quién manda en el mundo?, la gente, acertadamente, contestaría que EE.UU., el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, las multinacionales, el neoliberalismo, el capitalismo. Lo que resulta difícil es saber por qué ocurre lo que ocurre y qué límites tiene hoy el poder. Y difícil es percibir el poder de quien aparentemente no lo tiene. El presente dossier responde a todo ello. Dossier que, a modo de valor añadido, levanta acta del estado del mundo en los albores del siglo XXI.
(…)
Como no podía ser de otra manera, el dossier analiza nuevas realidades como el terrorismo y las ONG. Sobre la primera cuestión, Walter Laqueur advierte el peligro de un terrorismo que podría acceder a armas de destrucción masiva.¿Qué hacer? Incrementar la cooperación internacional y educar a la ciudadanía en la cultura de la vigilancia. Thomas Withington incide también en el fenómeno terrorista al señalar que las fuerzas armadas han de repensar su estrategia para hacer frente a un enemigo amorfo e impreciso que no practica la guerra clásica. Las ONG son valoradas positivamente por Ignasi Carreras y Adela Farré, que comparten la idea según la cual estas organizaciones protagonizan el tercero de los ciclos emancipatorios internacionalistas del siglo XX. Los autores concluyen que las ONG son un soft power indispensable para luchar a favor de la justicia y el desarrollo social, y en contra de la acumulación del capital.