Más sobre transparencia y ONG

El domingo hablaba de este tema y el martes salta el escándalo de Intervida, organización que está siendo investigada por la Fiscalía Anticorrupción por un posible desvío de fondos. No voy a opinar sobre una organización cuyo funcionamiento desconozco (tanto más porque se apeó hace tiempo de la Coordinadora estatal de ONG de Desarrollo) y que está siendo investigada. Sí me sirve el caso para insistir sobre la importancia de usar el cerebro, además del corazón, a la hora de elegir el destino de nuestra solidaridad. Hay que pedir cuentas claras, información periódica sobre las actividades, personas que respondan a nuestras preguntas, canales para formularlas, puertas abiertas y opciones de contacto con la realidad de las personas y comunidades con las que colaboramos. Hay que pedir rigor y juzgar con rigor.

Aunque al sector le duelen las dudas que despierta cualquier tipo de información que cuestione la honorabilidad de las organizaciones solidarias, yo creo que es bueno (y a la larga inevitable) que se separe el grano de la paja. En un colectivo tan diverso y progresivamente amplio, debemos admitir que cabe la posibilidad de que se den actuaciones cuestionables. Lo importante es que, si hay alguna actuación irregular, se esclarezca rápidamente y se separe a los responsables de un sector que tiene un compromiso ético no sólo con quienes nos dan su apoyo, sino principalmente con quienes esperan recibirlo. Traicionar la confianza de un donante es gravísimo, pero escamotear recursos a quienes los necesitan es imperdonable.

Seguiremos de cerca el caso Intervida.

Transparencia

Acabo de leer en La Vanguardia un excelente artículo de Maricel Chevarría sobre la transparencia y el rendimiento de cuentas en las ONG. Confieso que soy parte directamente interesada en el asunto desde mi nuevo puesto de responsable de Identidad e Imagen de Intermón Oxfam, organización a la que acabo de reincorporarme (por eso he tenido tan abandonado mi blog este último mes) después de un año en la empresa privada.

Como señala el propio artículo, el renovado interés por el tema de la transparencia en la gestión de la solidaridad es consecuencia del último escándalo del sector: la detención del presidente de Anesvad, acusado de fraude. Para la periodista es también relevante el importante crecimiento de los fondos privados gestionados por ONG, que según la Coordinadora Estatal asciende ya a más de 307 millones de euros (y eso sólo considerando las organizaciones dedicadas a la cooperación internacional para el desarrollo).

Según el Directorio 2006 de la Coordinadora de ONGD, hecho público el pasado viernes 29 de marzo, en 2005 se registró un aumento del 34% (es decir, 75 millones de euros más) en los fondos privados percividos por las ONG de cooperación, en buena parte debidos al apoyo que recibimos para nuestro trabajo de ayuda a las víctimas del tsunami que afectó al sudeste asiático el 26 de diciembre de 2004.

Ese aumento del apoyo social acarrea, sin duda, mucha responsabilidad, pero como señala el sociólogo Salvador Cardús en el artículo de La Vanguardia, el donante no siempre se interesa por conocer con detalle qué se hace con su dinero: busca emociones más que razones. Esto explica, hasta cierto punto, el éxito de las organizaciones de apadrinamiento, donde un niño simboliza el destino de la ayuda que cada socio entrega. Cada padrino establece una relación afectiva (a través de cartas, dibujos, fotografías) con un niño concreto al que se supone que ayuda directamente, aunque eso no sea más que un relato a medida para el donante con el que se empaqueta una ayuda que va necesariamente a la comunidad, si se quiere que de verdad sea efectiva (hay casos de organizaciones sobre las que sobrevuelan serias dudas en cuanto a la eficacia y adecuación de su ayuda, pero que siguen disfrutando del apoyo emocional de miles de personas, satisfechas con una sonrisa infantil de papel).

Sin dada, el reto de la transparencia y la rendición de cuentas en nuestro sector es encontrar el justo equilibrio entre la emoción y la razón. Hay que establecer canales que permitan acercar a los donantes de aquí a los beneficiarios reales de allí (¿quiénes son? ¿cómo se llaman? ¿cómo viven? ¿qué ha cambiado ens sus vidas gracias a la ayuda recibida? ¿qué sueñan? ¿qué proyectos tienen?), pero también hay que mostrar balances y resultados precisos, indicadores de eficacia y eficiencia, qué hemos aprendido con lo años y cómo lo aplicamos. Y el donante tiene que exigir información precisa sobre esos aspectos más técnicos y aburridos de la cooperación, pero que son la garantía de que sus aportaciones están contribuyendo a conseguir un mundo mejor, que es (o al menos debería ser) el bjetivo de nuestra solidaridad.

La sinceridad no abunda

Leo en el Diari de Terrassa una entrevista con mi amigo Juli Soler —copropietario con Ferran Adrià del restaurante El Bulli— y me sorprende su sinceridad, valor tan escaso en nuestros días, en los que hasta el propio medio donde se publica la crónica celebra [sólo] su 30 aniversario, haciendo tabla rasa con su pasado de diario franquista (con yugo y flechas en su cabecera incluidos).

Explica Juli sus experiencias de juventud con las drogas y habla sin ambagues de la importancia que tuvo el LSD en la evolución del rock & roll. Hoy, cuando muchas personas públicas parecen querer olvidar qué fueron y cómo fueron en su juventud, en tiempos donde quien más quien menos hace apostolado de correción política (excepto cuando se trata de soltar exabruptos contra el adversario político), me parece loable que alguien evoque sus orígenes sin avergonzarse de ellos. Trazamos nuestra trayectoria a base de pequeñas decisiones, que nos sitúan en uno o determinado camino, y nos hacen evolucionar, aunque, al final, lo que más cuenta, es nuestra voluntad.

La sinceridad mostrada por Juli en la entrevista de su ciudad natal —donde pocos recordamos ya al chico que vendía discos en Transformer o que los pinchaba en Cerebrum— es similar a la que evidencia en el artículo Un rocker en Montjoi, en el que narra (en la web y en el libro sobre el restaurante) su llegada a la dirección del restaurante entonces propiedad de Hans i Marketta Schilling. Otro hubiera construido una historia personal de intensa dedicación juvenil a su pasión por la gastronomía y bastos conocimientos que le habrían hecho alcanzar la dirección del restaurante; Juli —cuya pasión y saber gastronómico de entonces me constan— escribe, humildemente, que al llegar a El Bulli “mi experiencia en el arte del buen comer y beber, incluidos mis conocimientos del oficio, no estaban a la altura”.

Lo dicho, tal como está el patio, resulta admirable.

Sorpresas, pero no tanto

Confieso que me ha sorprendido más que un futbolista tenga opiniones políticas y las exprese públicamente que el hecho que la empresa Kelme haya rescindido el contrato al jugador del Barça Oleguer Presas por expresarlas, sobre todo cuando me he enterado que la empresa es de Alicante y que superó una grave crisis gracias a la aportación de nueve millones de euros del gobierno autonómico (PP) de la Comunidad Valenciana.

No he leído el polémico artículo de Oleguer, pero de las frases entresacadas por varios medios de comunicación (incluido el artículo de Libertad Digital que habla de “apoyo al sanguinario De Juana”), me ha dado la sensación que el jugador plantea más preguntas que respuestas. Puede que mi juicio sea benvolente al entender de algunos, pero no veo por qué debe sorprendernos tanto que alguien se pregunte en voz alta sobre los criterios de unos jueces que permiten la salida de la cárcel por razones de salud de condenados con penas firmes y que no apliquen ese criterio en un caso de prisión preventiva. Sí, ya sé, De Juana ha provocado su propio deterioro físico al declararse en huelga de hambre y eso es, para algunos, un “chantaje” al Estado que no puede tolerarse. Pero tampoco es tolerable que un juez descalifique e insulte a otro por sus ideas políticas y eso mismo es lo que acaba de pasar en el Tribunal Constitucional. Pero pasa que en este país la (in)tolerancia se ha convertido en una arma arrojadiza.

Lo cierto es que la vida política espñola se ha convertido en una especie de vomitivo reality show en el que se grita, se insulta, se hacen juicios morales de corte inquisitorial, y todo el mundo (incluidos los jueces) están más pendientes de la opinión pública que de sus principios. Porque, recordémoslo, De Juana Chaos es un terrorista, pero su encarcelamiento actual se debe a un delito de opinión (unos artículos de prensa) y si muere en la cárcel a causa de esta huelga de hambre tengo la sensación que será como hacer caminar a nuestro tan mentado y dolorido Estado de derecho descalzo por un camino sembrado de cristales rotos.

De mi infancia católica recuerdo aquello de “pecar de pensamiento, palabra y obra”, pero no creo que la progresiva demonización del pensamiento disidente promovida desde la derecha vaya a hacerle ningun bien a este país. Yo no soy independentista, ni siquiera estoy muy segura de ser nacionalista, tal como ese término se suele entender, pero sí defiendo el derecho de todo el mundo a pensar lo que le dé la gana sobre política mientras respete la reglas del juego democrático y con sus actos no vulnere ni la ley ni los derechos básicos de todas las personas.

De las palabras… de las palabras hay que hablar mucho: ¿dónde empieza y dónde termina la apología del terrorismo? Volviendo al caso de Oleguer, ¿se es proetarra si se cuestiona el encarcelamiento de De Juana? ¿no es también auténtico terrorismo periodístico (practicado sin pudor por Libertad Digital) poner en la misma línea de pensamiento político las cuestiones que Oleguer se plantea sobre el etarra y su conocida postura a favor de las selecciones deportivas catalanas? No hay nada más peligroso que un mundo en blanco y negro (o conmigo o contra mí) en el que unos cuantos se empeñan en convertir España. Y para hacerlo, además, se recurre a un mercadeo de palabras que empieza a alcanzar cotas inauditas (¿también intolerables?).

Que la mayoría de grupos parlamentarios rechacen la discusión de unas propuestas del PP (que, de todos modos, fueron incluidas en el orden del día de la Cámara y ampliamente publicitadas por la prensa) es calificado por este partido de “estalinista” y de “maniobra inédita en democracia”, lo que resulta, cuando menos, una falta de respeto a los millones de personas que sí sufrieron la represión de Stalin, y probablemente también una falsedad, porque es difícil de creer que en democracias de larga trayectoria como la inglesa o la francesa no haya precedentes de mociones no discutidas por decisión de la mayoría de fuerzas parlamentarias. Pero ahí queda la frase, alimentando el victimismo de los votantes de derechas, que escriben y proclaman en blogs y debates públicos que se está degradando la democracia (cosa que probablemente es cierta, porque las mentiras y el maquillaje de las palabras tienen ese pernicioso efecto).

Hoy, además, Aznar ha reconocido que, por fin, sabe que no hay armas de destrucción masiva en Iraq. O como presidente fue un necio, o como ex presidente es un cínico. Y es difícil decir cuál de las dos cosas es peor.

¿Público o privado?

Me he entretenido un buen rato leyendo el debate que ha generado en su blog Enrique Dans con su anuncio de que va a borrar todos los comentarios que no respeten unas mínimas normas de convivencia, es decir todos aquellos que él considere que son insultos o descalificaciones gratuitas. A raiz de esta decisión, algunos han hablado de censura y se han mostrado francamente molestos, lo que han expresado con comentarios poco halagueños sobre el contenido del blog y los méritos de quien lo publica (iba a decir “su dueño”, pero sobre eso hay dudas razonables). Otros han abierto interrogantes para mí mucho más interesantes, como por ejemplo si un blog es un “espacio público” y, en consecuencia, que no debe/puede ser regulado por su creador, o si es un “espacio privado” de uno o varios autores que lo gestionan como quieren, y que pueden borrar aquellos comentarios que no les parezcan oportunos.

Como periodista, estas polémicas me parece que no están alejadas de los debates sobre ética y deontología de la información que la profesión se ha planteado (para bien) a lo largo de su historia. Tomemos un caso reciente: la publicación de una esquela-recordatorio de la muerte del dictador Francisco Franco en varios periódicos españoles, para mí, todo un insulto a las víctimas de un régimen fascista y represor cuya dignidad (la de las víctimas) aún no ha sido restituida en la forma adecuada y propia de un Estado de derecho. ¿Deberían los lectores ofendidos haber colapsado los buzones físicos y electrónicos de esos medios con insultos a la altura de esa esquela-anuncio? ¿Deberían haber publicado los editores de esos periódicos tales misivas, de haberlas recibido, en aras de la libertad de expresión?

Tengo que decir, ante todo, que la reacción que las esquelas provocaron entre columnistas y comentadores profesionales me parecieron flojas y descafeinadas. Pero no creo, sinceramente, que la respuesta adecuada fuera una descalificación insultante de los directores de El Mundo o ABC (o del Diari de Terrassa, que en mi ciudad también sufrimos esa vergonzosa publicación). En cualquier caso, los editores siempre se han reservado el derecho de seleccionar las Cartas al director que reciben y, aunque estoy de acuerdo con Enrique Dans que la web 2.0 y productos como los blogs abren una nueva era comunicativa marcada por la conversación y la bidireccionalidad (frente a la univocidad de los medios tradicionales), no veo, como él, porque deberían aceptarse las “salidas de tono”.

“Estás en una plaza pública y tienes que aguantar lo que te echen”, argumentan algunos, mientras Dans cuelga un “reservado el derecho de admisión” en la puerta de su salón. ¿No son, de hecho, los blogs más parecidos a los salones del XVIII, o a unos ateneos decimonónicos algo más interclasistas, que a las arengas de plaza pública donde grita el orador y responde a gritos la audiencia? O quizás los haya de todo tipo y en eso resida su encanto: blogs para reflexionar en voz alta (lo que quiere ser el mío), a sabiendas de que los lectores serán escasos y amigos; blogs donde el anfitrión nos muestra lo que sabe y quiénes son sus amigos y mentores (por ahí va el de Dans) y donde espera que las contribuciones, si no son lisonjas, sean afines a sus intereses; y blogs como mataderos, para destripar a todo hijo de vecino, desde los posts o desde los comentarios. En eso también tiene razón Dans, Internet es como la vida real: hay de todo (aunque yo añadiría además: ¡ya era hora!).

Cuando a principios de los 90 empecé a leer literatura relacionada con Internet, buena parte de los conceptos vinculados a la red procedían de la ciencia-ficción. Tanto si se conjugaban en positivo (ese mundo virtual fantástico en el que todos seríamos guapos y listos y donde el libre flujo de la información socavaría el poder de las grandes corporaciones) como en negativo (miedo al control, a la penetración total de la maquinaria del poder y del dinero en nuestras vidas y nuestros cerebros) esas imágenes eran igualmente pueriles y apocalípticas, pero sobre todo falsas, porque prescindían del factor humano. Basta preguntarse cuáles son las palancas que han permitido la popularización de Internet para entender que es el ser humano (sus filias y sus fobias) quien guía el desarrollo tecnológico. Buscadores, descargas de música, webs de contactos, blogs (conversaciones)… Nos sentimos perdidos con facilidad, somos bastante perezosos y no nos gusta estar solos… ¿Realmente somos tan diferentes gracias a Internet? Bueno, quizás pronto no sepamos como es una agencia de viajes o una librería por dentro porque sólo visitaremos regularmente su site; pero mientras sigamos viajando y leyendo, lo que cambia son los modelos de negocio, no las personas.

Volviendo al tema incial, Dans reivindica la aplicación en los blogs de unos mínimos principios de urbanidad (esto es, de las normas de convivencia de las que nos dotamos cuando nos volvimos urbanos y empezamos a apretujarnos en ciudades estrechas y masificadas). Nada que objetar. Creo que él es el primero en saber que se empobrecerá si confunde el insulto con la discrepancia y borra demasiado.