Chicago

Vaig començar a escriure aquestes ratlles mentre volava sobre l’Atlàntic en direcció a Chicago i el meu pensament va quedar atrapat en una reflexió sobre la percepció: “Avanço enrere en el temps (hem sortit a les 12 del migdia de Madrid, però encara no és aquesta hora a Chicago, tot i que portem quasi cinc hores volant) mentre avanço endavant en l’espai. Una estranya paradoxa que, com l’anècdota literària amb què Verne va resoldre l’aventura de Finnegas Fog, qüestiona les nostres percepcions.”

Tenim la percepció que el temps corre, i que nosaltres estem sòlidament assentats sobre la nostra vida, perquè vivim arrapats a una nau que navega en permanent moviment per l’univers. Però si fóssim capaços de construir un vehicle que es mogués exactament a la mateixa velocitat que la Terra però en sentit contrari, de sobte podríem tenir la sensació que el temps solar s’ha aturat, que ens hem quedat atrapats en un punt del dia (les 9 del matí, o les 11, o les 5 de la tarda)…

…perque ens quedariem aturats en una hora concreta de la llum solar [des d’aqui esric sense accents, en un teclat america].

No se si, en realitat, un efecte aixi seria possible. Aquest pensament va quedar aturat fa una setmana, quan vaig arribar a Chicago i no he estat capac de trobar un moment de tranquil.litat per continuar-la. Chicago es una ciutat intensa i que en les poques estones que una convencio internacional et deixa lliures ofereix tantes coses per fer que resulta dificil guardar estones per escriure. Nomes passejar entre els grans gratacels i pujar als miradors mes espectaculars (la Willis Tower, la John Hanckock Tower…) ja t’atrapa, el Millenium (amb l’auditori de Ghery, amb la Crown Fountain de Jaume Plensa, amb The Bean d’Anish Kapoor…), l’Art Institute of Chicago… t’hi podries passar dies i dies, visitant i revisitant les col.leccions d’art asiatic, d’art america… el conegudissim Nighthawks de Hopper, les flors de Georgia O’Keeffe… Nosaltres vam optar per l’ala contemporania (un edifici dissenyat per Renzo Piano) amb molts artistes americans a qui no coneixia, pero tambe De Kooning, Pollock…

(continuara)

Violencia

Decía el otro día que los humanos somos gente rara, porque nos sentimos irremediablemente atraídos por la violencia. Y no sólo como espectadores que subliman sobre un cuadrilátero, o en un campo de fútbol, o en la pantalla de un televisor unes deseos que no siempre somos capaces de confesar. Nos sentimos atraídos a ejercer la violencia y, lo que es más extraño, nos sentimos atraídos a someternos a ella.

Y no estoy hablando aquí de “víctimas culpables”. Nadie merece ser golpeado porque no sepa (o no pueda) separarse de su verdugo. No, hablo de quienes se sienten atraídos por el dolor, por el perverso placer del dolor.

Resulta difícil entender cómo funcina ese mecanismo mental que nos convierte en masoquistas, pero cuando uno repasa los valores de nuestra cultura se da cuenta de que hay pequeñas “píldoras” de dolor insertas en nuestra formación. El resto de los mamíferos nacen de pie, pero nosotros nos arrastramos y aprendemos a caminar a fuerza de golpes, contra el suelo, contra las paredes. El dolor es, para casi todo, la frontera de nuestro aprendizaje: corremos hasta que nos ahogamos, acercamos la mano al fuego hasta que nos quemamos, confiamos en las personas hasta que nos hieren. ¿Pero que pasa si vamos más allá? Si aguantamos la mano sobre la llama, o seguimos corriendo hasta caer agotados. Nuestra cultura nos llama ‘valientes’, a veces ‘héroes’, siempre y cuando, eso sí, ese dolor tenga un sentido. Como en Maratón, el sacrificio debe valer, al menos, una batalla. Sin embargo, una vez traspasado el límite, no siempre tenemos una épica que venga a rescatarnos.

Cuando se traspasan los límites del propio cuerpo, la diferencia entre el masoquismo y la heroicidad sólo subyace en la intención, en el sentido; eso es, en el lenguaje, justo aquella capacidad humana que nos permite trascender las limitaciones de nuestro propio cuerpo. ¿Quién soy yo, sentada al otro extremo de la línea que dibuja las letras de estas palabras? ¿Un cuerpo transgredido, una voz incorpórea? La idea de la transgresión de los límites del cuerpo me hace pensar, en mi propio debate interno, sobre el arte contemporáneo. No, no hablo sólo o especialmente de body art, que también, sino de unas imágenes y unos objetos que sólo son arte por la intención de quien se dice artista y los sitúa en medio de un espacio que deviene artístico porque se constituye con la voluntad de serlo.

Si el arte románico y el gótico fueron el arte de la narración, si el Renacimiento fue el arte de la belleza (y el Barroco el de la belleza convulsa y hastiada de sí misma), si el Clasicismo y el Romanticismo fueron el arte de la huída y el sueño, si Impresionismo, Cubismo, Expresionismo… fueron el arte de los espejos rotos, de un ser humano que se mira a sí mismo y a su obra y es ya incapaz de verla de una pieza, se le descompone en colores y formas y no para de preguntarse cómo llegó hasta aquí… desde hace ya algunos años (abstracción, land art, performances, conceptual, povera…) vivimos inmersos en el arte de las intenciones. Nada ‘es’ por si mismo, sino por lo que el autor (con frecuencia, simple coleccionista de objetos) quiso que fuera. En cierto modo, hemos vuelto al Románico, pero ahora es mucho más difícil saber cuál es la historia compartida que nos están explicando.

La globalización ha roto la linealidad, todo es simultáneo, ya no hay un antes y un después. Las máscaras africanas ya no son un rastro del ancestro cuyas formas nos permiten explorar nuestro futuro reflexionando sobre nuestro pasado común de formas puras e intenciones simples (comer, amar, reproducirse): ahora las máscaras son souvenirs, tan triviales como los neones de nuestras calles ahitas de hamburguesas grasientas y aburrimiento. Ya no hay épica. Sólo nos queda el masoquismo.

Los amores ‘secretos’

Sí, lo sé. Parece el título de una confesión, pero en realidad es el título de una reflexión que deseo compartir. Me pregunto con frecuencia de qué material están hechos nuestros fracasos afectivos: ¿de miedo? ¿de incomprensión? ¿de circunstancias insalvables? Pero, sobre todo, me fascina percibir cómo debajo de los olvidos aparentes, de las “relaciones superadas”, palpitan los sentimientos. Puede que algunas personas sean capaces de hacerlo, pero, por lo general, no se arranca uno el corazón y lo guarda en el cajón de la mesilla de noche cuando las historias terminan. En realidad, las historias no terminan nunca, porque uno sale de ellas siendo una persona distinta a quien inició aquella relación.

Aunque también es posible que ciertas personas, de temperamento romántico, exageremos más. Cabe pensar que no somos tantos quienes sentimos una punzada en el estómago cuando la vida nos pone de nuevo sobre la carretera que lleva a su casa, cuando en la calle nos cruzamos con alguien que usa su misma colonia, cuando el eco de una canción nos transporta a otros tiempos.

Hay odios militantes que sólo se explican por la pervivencia de unos sentimientos que no se pueden controlar; despecho patológico que sólo puede nacer de un amor enfermizo.

Pero entre todos los amores secretos los más estimables son, sin duda, los inconfesables. Tan inconfesables, a veces, que ni nosotros mismos nos atrevemos a reconocerlos. ¿Estimables por qué, me diréis? Porque llenan de luz los resquicios grises de nuestras vidas. En esos recovecos se esconden esa injustificada insistencia por ir siempre a tomar el café con aquel compañero de trabajo; las miradas furtivas, fuera de guión, entre ese médico y esa paciente que coincidieron en una sala de hospital; la amable displicencia con que dos vecinos alargan el paseo del perro o el momento de recogida de los níños en el cole. Casi nunca pasa nada (o quizás sí y no nos enteramos), pero a veces nos alcanzan las chispas de corriente y una, sin ser consciente de por qué, se levanta más alegre por la mañana.

Hay que tener, por lo menos, un amor secreto, y no sirven ni el trabajo, ni el partido, por muy militante que se sea. Amar secretamente a un ser inalcanzable y sublimarlo en arte (que no debe ser precisamente la composición de sonetos románticos, no seamos cursis): ese es mí sueño (esta semana).

Pepe

Aquesta nit ha mort el pintor Josep Martínez Lozano, Pepe, per tots els qui erem amics seus, i ell tenia molts amics. Jo he escrit aquest article d’aquí a sota i l’he enviat al Diari de Terrassa, però no sé si me’l publicaran. Demà l’enterren i no hi podré anar. Em sap greu, però en certa forma me n’alegro: no puc sofrir les cerimònies de la mort. Suposo que un pintor mereixeria que es parlés del seu art, però jo, en aquests moments, penso sobretot en la persona.

Pepe, un dels nostres, per sempre

«Cada dia, al voltant de les sis, entrava al bar amb gest enèrgic. Travessava el cafè amb pas decidit fins al fons i, un cop havia comprovat qui era la concurrència, es girava cap a la barra i amb veu estentòria, un xic nasal, demanava: “Nena, posa’m un conyac!” La seva proverbial bata blava tacada de pintura, sempre amb un parell de pinzells sobresortint de la butxaca alta de l’esquerra, donava a aquestes entrades una qualitat aèria, que engrandia una figura curta i rabassuda.

»La “nena” en qüestió era la Lourdes, encarregada del bar d’Amics de les Arts, que feia molts anys que havia deixat la condició infantil, i l’home de la bata blava, naturalment, el pintor Josep Martínez Lozano, Pepe per als seus amics. Sovint, si la següent classe d’aquarel·la no començava de seguida i els clients del cafè eren escassos, la Lourdes i el Pepe estenien el feltre verd a un extrem del taulell i s’embrancaven a fer una partida de tuti. No us penseu, no hi jugava qualsevol al tuti amb la Lourdes. Per “cantar-li les quaranta” a la vella cambrera (però abans que cambrera, esposa i vídua d’en Josep Bultà, un dels insignes membres de l’anomenada Penya dels Ximples) calia haver demostrat una provada habilitat en el maneig d’oros, espases, copes i bastons, de sotes, cavalls i reis.

»El Pepe —sempre lluint sota la bata una camisa blanca i una mena de corbatí de cordons negres i sivella de plata, a la manera dels cow-boys texans— sostenia les cartes amb les seves mans petites, de moviments nerviosos —preses d’una inquietud que la seva pintura de camps extensos i ports en calma semblava contradir—, mentre apurava el conyac i l’havà de rigor, i no deixava de parlar un xic atropelladament, tot puntuant l’esdevenir del joc o l’entusiasme creatiu que li produïa parlar de la preparació d’una nova exposició amb la seva exclamació preferida: “Ai, Pepe, quina nit!”

»A les primeries dels anys vuitanta, quan l’escena descrita es repetia més o menys quotidianament, en Pepe vivia una època de plenitud. La seva pintura, arrelada en les déus de l’impressionisme, gaudia d’un ampli reconeixement, i el suport del públic convertia cadascuna de les seves exposicions en un èxit. Ell explicava, a qui el volgués escoltar, que el millor d’aquest èxit era que el feia sentir-se lliure per provar coses noves, per seguir aprenent.

»En aquesta època, quan jo el vaig conèixer, la relació d’en Pepe Martínez Lozano amb Amics de les Arts i Joventuts Musicals tenia ja vint anys d’història. L’entitat i la seva mítica Penya dels Ximples havien sigut el seu aixopluc amistós quan el pintor va arribar a Terrassa l’any 1963. De la tertúlia dels Ximples havia sorgit la idea —i el finançament de l’ase— de la travessia El Toboso-Terrassa. Allí feia petar la xerrada cada dia —no endebades l’estudi del Pepe estava al mateix carrer del Teatre, només unes portes més amunt de la seu d’Amics— i, si bé els seus compromisos no li permetien exposar periòdicament a les sales de l’entitat, no estava mai absent de les activitats socials dels pintors de la casa: la Col·lectiva, la Llumeneta i el Sopar dels Artistes… Dividit entre Terrassa i Llançà —on residia la seva família des de feia uns anys—, els contertulis dels Amics ens constituíem una mica en la seva “família terrassenca”, amb qui el Pepe compartia, amb el seu caràcter expansiu i generós, les seves alegries i les seves cabòries.»

Els anteriors paràgrafs pertanyen a un text que vaig escriure en nom d’Amics de les Arts i Joventuts Musicals per felicitar Josep Martínez Lozano pel lliurament de la medalla d’argent de la ciutat. Avui, colpits per la notícia de la seva mort tots els qui l’estimàvem i vam tenir el privilegi de compartir la seva amistat, records com aquests ens encalcen i ens fan sentir, immens, el buit que deixa l’artista i el company.

Ja fa anys que ningú sap on és el feltre verd on la Lourdes i el Pepe jugaven al tuti, però fins fa pocs mesos, ell visitava regularment Terrassa i mai, mai deixava de venir a prendre la seva copeta i a fer la seva xerrada al cafè de l’entitat, perquè ell sempre va sentir i va dir que aquesta era “casa seva”. Junts vam fer grans coses, des de l’èpica travessa “manchega” del 1969 a lloms del Sandalio fins a magnes exposicions, com Josep Martínez-Lozano.Obra d’exhibició (octubre 1996), subhastes, cartells de fires i festivals… Però, sobretot, el Pepe, entre nosaltres, va fer amics i va ajudar a fer els Amics com són ara. Per això ens costa tant fer-nos a la idea que ja no el veurem més i no acabem de trobar les paraules de comiat. La tristor ens fa un nus a la gola, però el Pepe no ens vol tristos, per això, l’home s’atura un moment, la seva silueta i la del vell Sandalio retallades contra el sol de la posta, i agita la mà que sosté un havà, abans de seguir avançant i fondre’s amb l’horitzó.

Adéu, Pepe, sempre seràs un dels nostres!

Antoni Peyrí

Antoni Peyrí és un transterrat, en la terminologia que va aportar Montserrat Galí per denominar aquells artistes i intel·lectuals que, a causa de les circumstàncies històriques (guerra i postguerra), van haver de marxar durant una pila d’anys de Catalunya i, en tornar, van quedar atrapats entre dues cultures, entre dues vides, sent una mica de tot arreu i potser d’enlloc.

Dels artistes vinculats a Terrassa (Bartra, Murià, Bartolí…) per la voluntat dels qui han treballat per recuperar les seves figures, potser Bartolí és més proper al cas de Peyrí, i no només per tractar-se de dos artistes plàstics, sinó perquè la seva obra incorpora molt més del país d’adopció que potser d’altres.

Mentre aquesta tarda escoltava Daniel Giral-Miracle explicar-li a l’alcalde de Terrassa l’exposició que avui s’ha inaugurat (acte en què jo representava els Amics de les Arts), se’m feia palès que la de Peyrí és una obra més mexicana que catalana, més americana que mediterrània, deia el crític.

A mi, he de confesar-ho, una de les coses que m’ha fascinat és un text del Peyrí al catàleg de l’exposició que parla del perfum de les datures, flors tropicals, de les seves campànules deixondint-se i descargolant-se al capvespre sobre la llacuna, del caminant que “emprèn un estrany viatge pel camí que el perfum màgic ha dibuixat sobre l’aigua”.

Bona part de les obres de l’exposició semblen voler atrapar els somnis d’aquest home atrapat pel perfum de les datures. L’obra líquida de Peyrí emergeix des del fons de la llacuna que, ell ho confessa, l’ha fascinat durant anys, “com pou del temps i com ull al·lucinat, tendra, sensual, dansarina, sorna, austera, sinistra”.

La història ens va privar de talents com el de Peyrí, però el temps ens retorna una obra carregada de ressonàncies d’altres cultures i sensibilitats. I podem sentir que, malgrat tot, hi ha hagut alguna cosa bona en aquest estranyament forçat, almenys per a la creació. Tanmateix, em pregunto si la nostra cultura, a part d’organitzar exposicions antològiques, realment està recuperant allò que ens poden aportar els transterrats.

La Jornada (México) 7-feb-2005